domingo, 28 de mayo de 2023

Zaratustra: más allá de la negación y la reacción




La tarea principal, quizá no solo la única, de Nietzsche en Así habló Zaratustra, libro de una riqueza literaria y filosófica impresionante, es exponer las doctrinas del eterno retorno, el superhombre y la voluntad de poder como respuesta al mito fundacional cristiano (que es la base de la concepción ético-religiosa de Occidente) y la herencia socrático-platónica (que constituye los fundamentos del razonamiento ilustrado y positivista de su época). Esto sería, por decirlo así, su tesis general. Nietzsche no quiere inclinarse por ninguna de las dos vías, es decir, la cientificista ni la moralista cristiana. Ambas constelaciones, como posibles soluciones al enigma del mundo externo e interno, se convierten, por su naturaleza negadora de la vida, en fuente y ocasión de un indecible nihilismo.Este libro es una invitación a decir sí a la vida activa, afirmativa, alegre y creadora, pero también a lo trágico, a los riesgos de la altura y a vivir al borde del abismo. Afirmar la vida es decir sí a la vida. Ahora bien, ¿cómo es que Zaratustra procede para decir sí y afirmar de manera genuina la vida? Antes de responder a esta interrogante, sería preciso decir algunas cuantas cosas.


Existe una tendencia bastante generalizada entre algunos divulgadores de las ideas filosóficas, y es que se empeñan en resaltar los elementos negativos de la filosofía de este o aquel autor, depreciando así los elementos positivos. A falta de lecturas críticas, sobran lecturas extremadamente identitarias. Es evidente que hacer una lectura identitaria o simplificadora de la obra de un filósofo suele estar asociado a una falta de comprensión profunda de su pensamiento, así como a prejuicios y la influencia de ciertos estereotipos. Para algunos supuestos filósofos, les es casi imposible pensar en Marx sin relacionarlo con el comunismo, la revolución soviética, el socialismo real, etc., o en Nietzsche sin acusarlo de machista, misógino y elitista. Incluso Bertrand Russell, al igual que muchas personas en el campo filosófico, tiene una visión limitada de Nietzsche y se enfoca específicamente en poner de relieve los aspectos, a su criterio, negativos de su obra. Él es incapaz de ver a un Nietzsche que no sea el misógino del que la mayoría se horroriza en la actualidad (Russell, 1945, pág. 643). Es deshonesto obviar que la obra de un filósofo de altura es compleja y multifacética, y que sus ideas pueden ser interpretadas y aplicadas de diversas maneras. En vez de resaltar los defectos personales y teóricos de un filósofo, resulta más beneficioso poner en relieve sus aciertos y hacer un esfuerzo desmedido por tratar de comprender su pensamiento en su totalidad y en su contexto histórico y social. Pero esta gente se cree inteligente, y ante su falta de ingenio, recurren a la polémica. ¿Por qué no destacar, por ejemplo, los aportes que Nietzsche ha realizado en el ámbito de la psicología? Los conceptos como sublimación, el resentimiento o la mala conciencia son grandes contribuciones. Ese hombre al que la mayoría describe como un monstruo insensible y enemigo de todo lo pequeño es el filósofo que nos desafía a poder actuar y pensar libres de resentimiento.


Zaratustra, un martillo para las falsas afirmaciones de la vida


La religión judeocristiana como la ciencia son dos expresiones de la voluntad de verdad. La primera se pierde buscando un trasmundo  y la segunda en la búsqueda de una verdad objetiva y útil. Nietzsche en Zaratustra realiza una crítica mordaz tanto al relato cristiano como al científico, a este de manera un poco más implícita, desde un horizonte hermenéutico afirmativo. Argumenta que el cristianismo, en su búsqueda de la trascendencia y en su desprecio infundado por el cuerpo, la gran razón, y la vida terrenal, empobrece el espíritu humano al negar la importancia de ésta y enfocarse en la promesa gratuita de una vida futura y en la negación del sufrimiento y los deseos carnales. 



Asimismo, critica el enfoque científico en su intento de desentrañar minuciosamente las leyes naturales y reducir la realidad a una explicación puramente materialista, mecanicista y causal; en definitiva, a su empresa nihilista y simplificadora de la materia. Nietzsche argumenta que la ciencia, al enfocarse únicamente en la descripción y explicación de los fenómenos naturales de manera reactiva, corrompe la vitalidad y la esencia de la realidad al reducirla a un mero esqueleto lavado y despojado de vitalidad y significado. Seamos honestos, si asumimos la ciencia hasta sus últimas consecuencias, nos encontramos con una realidad fría, indiferente y ajena a nuestros anhelos humanos, casi con la nada. Es decir, las partículas subatómicas como los quarks, leptones y bosones desafían nuestra intuición y,  tomadas en serio, nos alejan de la conexión con la vitalidad y la profundidad de la existencia. 



Si todo el mundo aceptara la descripción científica de la realidad hasta sus últimas consecuencias, es posible que los índices de depresión aumentaran de manera exponencial. A su juicio, tanto el relato cristiano como el científico representan perspectivas limitantes que niegan la riqueza y la diversidad de la experiencia humana. El cristianismo, con su enfoque en la trascendencia y la negación de los deseos vitales y terrenales, priva a los individuos de ejercer su voluntad de poder y de la afirmación de la vida. Al reducir la realidad a leyes y fenómenos objetivos, la ciencia ignora la complejidad y subjetividad de la existencia humana. Nietzsche, con su filosofía, nos invita a una revalorización de la vida terrenal, el cuerpo y los deseos naturales. Aboga por una visión afirmativa de la vida, en la que se reconozca y se diga sí a la vitalidad, la diversidad y la creatividad humana. Esta revalorización permitiría una afirmación plena de la vida y una superación del nihilismo presente en las empresas científica y religiosa cristiana. Para no dar tantas vueltas, la perspectiva religiosa es una simplificación del espíritu y la perspectiva científica de la materia.

 


El libro de Zaratustra es eminentemente metafórico y simbólico. Si se lee meramente como un texto literario, podría proporcionar entretenimiento al espíritu súbito, cuya finalidad no sobrepasa al de superar su aburrimiento, pero el propósito de Nietzsche fue exponer sus ideas filosóficas utilizando el lenguaje del mundo de la literatura como vehículo. No es una empresa novelística o poética; aunque tenga algo de ambas. Cada metáfora o alegoría está impregnada de un profundo contenido filosófico y poético. Por lo tanto, acercarse a este libro requiere haber tenido algún roce previo con la filosofía nietzscheana. El autor no busca que sea una lectura fácil, sino que exige al lector ser un espíritu activo y participativo. No estamos ante un tratado imposible. No es, en rigor y complejidad, análogo a la  Fenomenología del espíritu o a la Crítica de la razón Pura, aunque sea una re-escritura de esta como dice Gilles Deleuze. Pero no es una comida rápida, procesada y lista para llevar. En Zaratustra se presenta un conjunto de metáforas antropológicas (el superhombre, el último hombre, entre otras), teológicas, astronómicas, zoológicas (el águila, la serpiente y el camaleón), espaciales y geográficas (patria, montañas, lago, altura, abismo, etc.), las cuales adquieren significado solo si se comprenden las categorías filosóficas subyacentes que utiliza Nietzsche.



Nietzsche, además de su faceta como filósofo, que es la más conocida, también se destacó como filólogo en su juventud. Dedicó considerable tiempo a la interpretación de textos filosóficos y literarios, lo que influyó en su estilo provocativo y en su capacidad para ofrecer interpretaciones novedosas e incendiarias. Como filólogo, Nietzsche utilizó su aguda perspicacia para analizar y criticar las obras de grandes pensadores, como Sócrates y Platón. En el caso de Sócrates, a quien se elogiaba como el padre de la filosofía y la moralidad occidental, Nietzsche lo calificó como un enemigo de la vida y los instintos tonificantes. Considera que su filosofía promueve una moralidad basada en la negación y la represión de los deseos individuales. En cuanto a Platón, Nietzsche critica ferozmente su famosa teoría del mundo de las ideas como formas eternas y perfectas. Para él, esta concepción es una negación de la realidad concreta y cambiante del mundo empírico. En su labor filosófica, Nietzsche emplea diversas técnicas para transmitir de manera más efectiva sus ideas, como la crítica, la poesía, la retórica y la metáfora. La naturaleza de su obra demanda una aproximación hermenéutica, que requiere paciencia y dedicación para comprender plenamente sus textos y extraer su significado profundo. Así, su faceta como filólogo se entrelaza con su labor filosófica, enriqueciendo su análisis y su capacidad para cuestionar los fundamentos mismos del pensamiento tradicional.


Zaratustra: montaña, mercado, desierto, afirmación, negación y algo más 


En un acto de profunda determinación, aunque el texto no explicita qué fue lo que lo llevó a experimentar ese despertar consciente, Zaratustra toma la decisión de abandonar su patria, dejando atrás los lazos y las convenciones que lo constriñen, llevando consigo las cenizas de su antigua existencia, víctima del fuego devorador de una cultura filistea y sumida en la más honda decadencia. Con paso firme y seguro, se encamina hacia las altas montañas, como Sísifo con su roca a lomo, donde la transformación radical lo espera, dispuesto a renacer de las cenizas como un ser completamente renovado y liberado de las ataduras del pasado. Este ejercicio de abandono es fundamental. Abandonar la patria, literalmente hablando, significa dejar el territorio, la historia, la cultura, el gobierno y la identidad que le han dado y que se ha dado a sí mismo el individuo. Es un irse del sitio que durante mucho tiempo le ha brindado seguridad, cobijo, protección, comida, agua, etc. Salir de la patria implica para él dejar la tribu, la gente con la que se relaciona a diario, como familiares, amigos y conocidos. Sin embargo, este ejercicio de abandono es más profundo y complejo; el afán de abandono es el resultado de la experiencia individual del desierto y de los pesados sacos que ha cargado desde niño. El ejercicio de dejar su patria por parte de Zaratustra debe verse como una metáfora de su búsqueda de su propia perspectiva de la realidad, la liberación de las limitaciones y convenciones sociales, y subúsqueda de la sabiduría y la autotrascendencia.



El acto de ir a la montaña se puede interpretar, en primer término, como esa voluntad por parte del individuo de enfrentar las dificultades y dejar atrás la mediocridad en la que se ve enfrascado cotidianamente. Es decir, el ser humano sobrevive más que vivir. El individuo consciente activo abandona las prácticas cotidianas intrascendentes y se dirige a toda prisa, como picado de hormigas, hacia el pico más alto de la montaña. Aunque pueda ganar ciertas batallas internas y externas, allí, esto no implica que haya alcanzado la plenitud absoluta. A pesar de la constante búsqueda de auto superación y las penurias que esto pueda conllevar, es posible que el individuo disfrute su subjetividad. Requiere un esfuerzo constante, es cierto, pero sin perder la serenidad, la alegría y el orgullo. La estadía en la montaña, tal como la vive Zaratustra, es una experiencia gozosa. El objetivo de ese subir a la cúspide es la transformación completa del corazón. Es decir, pasar de ser un individuo reactivo a uno activo y afirmativo, libre de resentimiento y falsa afirmación. La meta, en último término, es adquirir un corazón puro como el de un niño. Como niño, ya no se afirma desde la necesidad de devorar a los otros para satisfacerse, ya no mira víctimas a su alrededor, mira amigos y otro mundo ya no nihilista; un sitio digno de ser querido en el que el individuo puede recrearse, jugar, crear y amar. 



Subir a la montaña no implica mezquindad o pequeñez de espíritu, como podría suponer el razonamiento dialéctico. Afortunadamente, no todo el mundo cree que la esencia de la realidad sea la negación. Tomar cierta distancia, —y más en esta época actual de excesiva cercanía—, parece ser algo sabio. Zarathustra no se retira a la montaña para estar solo debido a su incapacidad para relacionarse sanamente con los demás. Esto tampoco es un ejercicio místico al estilo de los santos católicos que, cansados de la inmundicia y la concupiscencia humanas, abandonaban sus hogares para ir a orar a Dios y a la virgen María en lugares desolados, inhóspitos y desérticos. Zaratustra es consciente de que es demasiado humano y que, por lo tanto, necesita trabajar en sí mismo para poder relacionarse de manera más efectiva con los demás. Sabe que necesita descansar. Un espíritu agotado no puede desempeñarse activamente. También sabe que, más que conocimiento, necesita adquirir sabiduría. Se requiere que tome el pathos de la distancia.



Necesitamos distancia. En la sociedad contemporánea, es extranjera. Hoy día, la noción de distancia se ve desafiada por una constante cercanía. Según Byung-Chul Han, vivimos en una sociedad de la transparencia. En la actualidad, la privacidad y la intimidad se ven erosionadas. Todo  es visible y está al alcance de la mano: la comida, el transporte, la tecnología, el entretenimiento, la información, entre otros aspectos. Sin embargo, esta híper-cercanía, en lugar de enriquecer el espíritu, lo agota y lo esquilma. Todo está demasiado cerca, y la transparencia excesiva nos expone de forma frágil y visible ante los demás. Hay una sobreexposición. Como el individuo actual no es capaz de afirmarse de manera activa está ansioso de que la comunidad en línea los admire y lo afirme, queriendo impresionar con sus publicaciones y fotos. Paradójicamente, mientras estamos más cerca y nos vemos más, nos acercamos menos y nos vemos y comprendemos menos. ¿Acaso acumular una gran cantidad de datos sobre las actividades, los gustos y preferencias de los demás nos hace más sabios? La respuesta es no.


Todo gran relato, ya sea político, religioso, económico o científico, está fundamentado en una gran mentira, sobre una metáfora que se olvidó que lo era. Por eso, los relatos son represivos, totalitarios, reaccionarios, identitarios, tribalistas y excluyentes. Se afirman negando aquello que no son. Ese es el motivo principal por el que los dogmáticos odian tanto las perspectivas y les parece monstruoso que la verdad no exista. Los relatos son perspectivas con un gran poder de influencia, pero su fundamento reactivo los lleva a cerrarse sobre sí mismos y presentarse como verdades universales y naturales, negando así su naturaleza histórica. Por ejemplo, el cristianismo no se concibe a sí mismo como una perspectiva religiosa entre muchas, sino como la única perspectiva religiosa válida para conectar con lo divino. Se suele presentar al cristianismo como un modelo ético y teológico, pero esa es la máscara, lo que se esconde detrás de aquella es la voluntad de dominar y negar  la vida activa y creadora. La religión y su forma de valorar no buscan tanto el cielo como dominar, pero desde una posición débil. No es nada novedoso, pero en la actualidad, tanto el capitalismo como el comunismo tienden a presentarse como las únicas soluciones posibles a los problemas económicos y políticos que nos apedrean constantemente. La perspectiva científica, aunque no lo diga explícitamente, tiende a despreciar el conocimiento humanístico, ya que este es incapaz de conocer objetivamente la realidad natural, relegándolo a un ámbito más ideológico que objetivo. El problema con los relatos no radica en que sean perspectivas limitadas y falsas, sino en que se afirman como verdades naturales.



Si desde  lo reactivo hemos creado todo este imperio científico y cultural cuanto más no podremos hacer desde lo activo. El problema se podría plantear de la siguiente manera: ¿Y si la mayoría de las creaciones realizadas por el ingenio humano, de las que hoy nos sentimos orgullosos, han surgido de conciencias estrechas y repletas de resentimiento y no desde una dilatada riqueza de espíritu? ¿Y si desde el espíritu reactivo hemos sido capaces de construir todo este imperio científico y cultural, cómo sería si se construyera desde una fuerza activa y desde un espíritu afirmador y libre de esa negatividad que caracteriza al alma rencorosa y débil que busca afirmarse a sí misma negando lo que ella no es?



El Zaratustra es, ante todo, una invitación a dejar los territorios no afirmativos, los del último hombre, es decir, el mercado, territorio de la indiferencia y la mediocridad, y luego el desierto, etapa necesaria para llegar a la montaña. ¿Para qué y por qué debe abandonar su patria el individuo? Si se aleja, es para poder afirmarse de manera activa. No hay que confundir, si deja su territorio, es por amor incondicional a la vida y al individuo, término que en Nietzsche se entiende como la afirmación absoluta de la vida, completamente disímil a lo que pregona el cristianismo. En Platón, el individuo se afirma en cuanto es alma racional y participa en la idea de Dios. En el cristianismo el individuo se afirma en cuanto se subordina a la voluntad de Dios plasmada en su palabra. En Hegel, el individuo se afirma en cuanto está en unión con la totalidad o el espíritu absoluto. Nietzsche, por el contrario, nos invita como individuos a afirmarnos de manera individual y a desechar todas las hipótesis tras mundanas por ser enemigas de la vida.



El pathos de la distancia es, ante todo, algo noble y positivo. Alejarse del ambiente reactivo es un ejercicio plenamente ético. Si el sentir general está dominado por las emociones plebeyas y nadie es capaz de juzgar desde una riqueza de espíritu, es necesario que el individuo abandone a toda prisa dicho sitio; de lo contrario, se hundirá en el uniforme sentir mediocre. Es sano ir más allá de las preocupaciones puramente materiales y explorar dimensiones más amplias de la existencia, como la creatividad, la superación personal y la búsqueda de significado profundo de las cosas. Pero Zaratustra propone descender. El que vuelve ya ha sido transformado y está listo para recibir cualquier sucia corriente; ese regresar constituye una política. Solo un individuo que ha visto sus demonios internos y los ha enfrentado sin avergonzarse o culparse por ellos puede encarnar una política, una ética y una economía activas.



El libro de Zaratustra no es ninguna apología al individualismo descarnado, al racismo, al elitismo ni al solipsismo; tampoco es una justificación filosófica del desprecio a la plebe ni una simple literatura de autoayuda para la clase opresora. Tomar el pathos de la distancia, tal como lo propone Nietzsche, es una acción verdaderamente ética, motivada por el amor más puro hacia los individuos y la vida en general. El territorio habitado por espíritus reactivos se caracteriza por ser represivo. El individuo activo concluye, gracias a un ejercicio consciente activo, que en un territorio de esa naturaleza le es imposible afirmarse como individuo libre, inocente y creador. Así que se marcha de su patria en busca de una vida expansiva. Pero sabe a dónde ir; es importante recalcar esto: no solo basta saber que un territorio es imposible de afirmarse, es imperioso saber adónde ir. Zaratustra sabe que su lugar es la montaña. La finalidad de ir a la montaña no es alejarse completamente de la sociedad, sino más bien para, en la soledad, poder afirmarse a sí mismo de manera expansiva o activa, y luego descender para formar una comunidad afirmativa en la que la riqueza interior de sus miembros sea demasiado exuberante como para dedicarse a negar las potencias ajenas.



Algunos críticos con la filosofía de Nietzsche e incapaces de ver algo positivo en ella la acusan de individualista y en extremo egoísta. Ven en la figura de Zaratustra la expresión más elevada del individualismo y egoísmo humanos. Nada más lejos de la realidad que eso. Lo que motiva a este ejercicio de abandono es siempre el noble deseo de afirmar una vida alegre y creadora. No se va a la montaña para alejarse definitivamente de la humanidad sino para desarrollar las virtudes aristocráticas que hacen posible una vida más libre de las pasiones represivas propias del mercado. Es allí es donde mejor se logra potenciar al espíritu expansivo. No es el egoísmo o individualismo rancio lo que está en la base de este ejercicio vital activo. El abandono de la patria será efectivo solo si se va a las altas montañas. La solución no pasa por irse a otra patria igualmente podrida.



Abandonar ese sitio venenoso para el espíritu, supone dejar las prácticas reaccionarias que esquilman la vida activa, dejar las compañías que invitan a la mediocridad, que carecen de calor propio, como los últimos hombres, y los espíritus que albergan toda suerte de emociones represivas y plebeyas, como el celo, la envidia, el odio, el resentimiento, la venganza, entre otras. Implica dejar la vieja identidad para afirmar la diferencia desde un espíritu dilatado. En corto, significa salir de la zona de confort en la que por años el individuo se ha instalado de manera segura y sin riesgos. El agua, la tierra y el aire de la patria, simbólicamente hablando, están contaminados y no permiten que el individuo se desarrolle de manera activa; no son sitios idóneos para que este afirme su diferencia y voluntad de poder. Hay que ir a la montaña y exponerse al aire fuerte de altura y saciarse con el agua limpia y cristalina originada en la montaña.



Salir de una tierra pobre, sin árboles elevados ni estrellas danzarinas, y querer respirar un aire puro, menos denso y contaminado, y saciar la sed con agua limpia y no sucia, es una condición insoslayable si el individuo quiere afirmarse de manera activa. Solo un espíritu de esa naturaleza puede hacer regalos y no limosnas. Por lo tanto, sin tomar ese tiempo es imposible llenarse y enriquecerse para, de la abundancia, dar y no quitar o apagar las velas del otro. Lo que necesita una comunidad son individuos libres de la envidia, el resentimiento y la mala fe, en cuyas bocas no exista ninguna náusea. Son deseables espíritus alegres y danzarines. Sólo los que han bajado de la montaña pueden concretar algo semejante.



Allí, en las montañas, se vive de manera más alegre, pero también de manera más arriesgada y vital. Una de las consecuencias negativas de este ejercicio de abandono es la aceptación de una vida voluntaria en el hielo. La gente no tolera a aquel que decide conscientemente abandonar el rebaño; quieren que siga en el desierto, cargando toda suerte de bártulos dialécticos. No soportan ver cómo, de repente, al individuo libre le comienzan a salir orejas detrás de las orejas, alas, pies livianos, serenidad y orgullo. Es algo que aumenta más su miseria y su recelo colectivo. Una consecuencia positiva de vivir en las montañas es que posibilita un goce genuino del espíritu propio, es decir, la mala conciencia es erradicada allí. El individuo se desprende de esos sentimientos de culpabilidad por sus pecados y faltas morales y acepta su naturaleza inocente, superando así la tensión entre cuerpo y espíritu.



La filosofía de Nietzsche, expuesta para algunos de manera encriptada en el Zaratustra, defiende la afirmación de la vida, lo imperfecto y la dimensión trágica y alegre de ésta. Para él, amar lo perfecto, lo ideal, lo imposible, es odiar la vida, porque es en la imperfección donde radica la belleza de la existencia. Además, considera que el judeocristianismo quita y no da, mientras que él quiere regalar y dar a los demás. La parte asquerosa y repugnante del cristianismo radica en que necesita de la debilidad física y espiritual del otro para poder afirmarse de manera más fácil. Zaratustra, el ejemplar ya no cristiano a imitar, se afirma desde la riqueza y la plenitud, y por eso puede dar sin esperar nada a cambio. El amor, para él, es afirmarse a sí mismo y tomar el pathos de la distancia. Es un irse apresurado y veloz de la patria. No es novedad: la gente suele odiar de manera gratuita a los que se separan, a los que huyen de la uniformidad y batallan contra la homogeneización y la eliminación de las diferencias, porque temen a lo diferente y a lo desconocido. La filosofía de Nietzsche es una visión positiva y afirmativa de la vida, donde el ejercicio de abandono y la individualidad son valorados, y donde el amor se expresa a través de la generosidad y la afirmación de la diferencia.



Amar la vida es aceptarla tal como es, con sus aspectos alegres y trágicos. Amar solamente sus aspectos positivos, alegres y placenteros es amarla de manera resentida. Querer evitar el dolor a toda costa, algo característico en nuestra época, es renegar del aspecto trágico de esta. La idea de una vida perfecta y libre de sus aspectos negativos es el resultado de una consciencia resentida y represiva. Solo aquellos que aceptan la vida y pueden crear verdaderos valores, son aquellos que gozan con lo imperfecto, las consciencias activas. Zaratustra no se queda en el Monte como el santo porque él ama la vida y a los hombres de manera imperfecta, conoce su naturaleza. El santo está resentido y por eso, en vez de dar, quita; vive de forma represiva y no es rico como Zaratustra, que da de su sobreabundancia. Amar la vida es una invitación a abandonar una vida represiva y buscar una expansiva. El terreno del individuo represivo es pobre y su actuar es negativo. Lo importante es crear, no crear es lo malo. Siempre habrá personas con una mayor capacidad creadora. Buscar nuestra esencia, explorar de forma expansiva nuestra humanidad, es vivir de manera activa. 



Zaratustra es, desde un punto de vista literario y filosófico, la antítesis por excelencia de Cristo. Encarna la positividad y la afirmación que Cristo y sus seguidores rechazan. Ambos se afirman pero en lugares distintos: Zaratustra lo hace con alegría desbordante en la montaña, mientras que Cristo, confundido y necesitado, se afirma de manera débil y reactiva en el desierto. Zaratustra abandona su patria, su desierto, y asciende a las altas montañas para transformarse. Cristo, en cambio, se introduce en lo más viscoso del desierto. Allí no disfruta de su soledad, ésta se torna insoportable y delirante debido a la necesidad de alimento y el excesivo calor, pues es posible que los factores ya mencionados hayan afectado su percepción y provocado alucinaciones. En el desierto, se dedica a negar sus instintos y sus anhelos en pos de un Dios que no lo asiste en los momentos que más lo necesita. Zaratustra, por el contrario, goza de su espíritu y soledad, se afirma activamente, acepta sus tres ojos, sus tres manos y sus tres pies; las aureolas las dejó en el mercado, en el desierto. Su soledad es positiva y creadora, y por diez años la acepta hasta que su copa está desbordada, hasta que la transformación necesaria ha sido consumada; su metamorfosis del mirar y la ausencia de náusea en su boca son las notas rutilantes. Su praxis se convierte en un ejercicio enteramente afirmador, ajenos le son los sentimientos represivos que debilitan la potencia interna y externa ajena. Cristo, a duras penas, soportó cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, pues es un territorio tan pobre e inhóspito, es imposible soportarlo por mucho tiempo. Cristo fue tentado en el desierto. En tal sitio, dijo sí a la idea del cuerpo y no al cuerpo, como si el espíritu fuera algo real en el cuerpo y no una forma metafórica de hablar de él. Zaratustra, por su parte, transformó su corazón en las montañas. En fin, Cristo se presenta al pueblo como un ser necesitado y pedigüeño mientras que Zaratustra baja de la montaña trayendo regalos a los individuos del mercado. 



Zaratustra es un llamado a la soledad. En inglés existe una diferencia entre la soledad como "solitude" y la soledad como "loneliness". La primera se caracteriza por ser positiva, mientras que la segunda es negativa. Schopenhauer afirma que “la soledad es el destino de todos los espíritus excelentes”.  El filósofo Henry David Thoreau sostiene lo siguiente: “encuentro saludable el estar solo la mayor parte del tiempo. La compañía aun la mejor, cansa y relaja pronto. Me encanta estar solo.” Ambos autores ciertamente se están refiriéndose a la primeraLa soledad es positiva cuando es el resultado de una elección consciente para buscar tiempo a solas, reflexionar, descansar o dedicarse a actividades personales sin tozudas interferencias externas. Vista de esta manera, esta puede ser una experiencia positiva y enriquecedora, ya que permite la autorreflexión, el autoconocimiento y el desarrollo y potenciación de nuestra riqueza interior. Sin embargo, la soledad se vuelve patológica cuando causa angustia, tristeza y una sensación de vacío. En lugar de potenciar la vida interior y exterior, como si lo hace la primera, la debilita.



Por eso Zaratustra dice: "Huye, amigo mío, a tu soledad", pero no a una soledad enfermiza y patológica. Huir a nuestra soledad significa ejercer el arte de la autorreflexión y autoconocimiento, pues a veces nosotros, como lo dice en la genealogía de la moral, los que conocemos somos desconocidos para nosotros mismos. El zumbido constante de las moscas venenosas y el vocerío de sus ídolos, ambos de naturaleza súbita y reactiva, es inmenso y ensordecedor y la voz del cuerpo activo, la gran razón, se torna imperceptible. "Ensordecido te veo por el ruido de los grandes hombres, y acribillado por los aguijones de los pequeños", dice Zaratustra. No es extraño que la gente hoy día admire y prefiera a los ídolos de las redes sociales, es decir, a los que destacan en YouTube, Facebook, Instagram, ticktok entre otras; los creadores de videos cómicos en estas plataformas reciben muchas más visitas que un video bien informado de filosofía, matemática o ciencia. Dudo mucho que Nietzsche en esta época si fuese “creador de contenido”, —siempre me ha parecido ridículo llamar así a estos sujetos ordinarios y superficiales—, recibiría muchas visitas. Zaratustra dice que "el pueblo comprende poco lo grande, esto es: lo creador. Pero tiene sentidos para todos los actores y comediantes de grandes cosas". Nietzsche, hablando por medio de su personaje, es consciente de que el ser humano de hoy y de siempre es activo y reactivo, y da la sensación de que lo reactivo siempre triunfa sobre lo activo, pero es solo aparente. Por el contrario dice Zaratustra: "en torno a los inventores de nuevos valores gira el mundo: —gira de modo invisible".



Desde la filosofía de la voluntad, elevada al grado de la cosa en sí por Schopenhauer, se puede afirmar que el individuo, más que razón o idea, es voluntad. Y toda voluntad quiere afirmar su diferencia, es imposible que esta sea indiferente a ese querer. Sin embargo, a la sociedad contemporánea se le reconoce por su incapacidad de ejercer su señorío. Así pues, existe una vergüenza generalizada que le impide afirmarse desde la exuberancia de espíritu como señor o como siervo. Se debe recalcar nuevamente, asimismo, que no solo mandando se puede ejercer la voluntad de poder sino que además obedeciendo. Por tal motivo es que dice Nietzsche  que «en todos los lugares donde encontré seres vivos encontré voluntad de poder; e incluso en la voluntad del que sirve encontré voluntad de ser señor»(Nietzsche, s.f., p. 70). Ahora bien, el ser humano actual no quiere mandar ni obedecer; en eso consiste la fealdad y la  repugnancia de este individuo, diría Nietzsche. No obstante, la voluntad de autoafirmación no puede ser ahogada completamente, esta siempre buscará mecanismos sutiles para autoafirmarse incluso si tiene que recurrir a nimiedades: pequeños placeres en píldoras como la compasión, la debilidad o la igualdad. Así pues, la más honrada filantropía vendría a ser una forma sutil de afirmarse, la caridad sólo sería un mecanismo encubierto para experimentar un mínimo de placer de señorío.


La descripción topológica y tipológica del último hombre según Nietzsche

 

Con la muerte de Dios se abre paso a dos posibilidades: la irrupción del superhombre o la del último hombre. En su obra filosófica Así habló Zaratustra, Nietzsche introduce el concepto del superhombre y el de su opuesto, el último hombre, del que nos ofrece, especialmente en el prólogo, un cuadro bastante fresco y desconsolador. Nietzsche afirma que «el superhombre es el sentido de la tierra» (Nietzsche, s.f., p. 6). Así, un espacio-tiempo desértico, árido y sin sentido, al contacto con el superhombre se torna significativo, rico, alegre y afirmador de la vida. En virtud de su autoafirmación exuberante, el comportamiento práctico y teórico del superhombre trasciende las categorías tradicionales de la moralidad occidental. Esta dilatada riqueza interior le permite elevarse más allá del bien y del mal.

 


Es importante recalcar que el superhombre para Nietzsche es la expresión más elevada de la vida ascendente y la limpieza, mientras que al hombre acomodado y conformista lo describe como «una sucia corriente» (Nietzsche, s.f., p. 7). Por lo mismo, el superhombre debe convertirse en un enorme océano para poder recibir toda esa sucia corriente sin volverse impuro (Nietzsche, s.f., p. 7). En conclusión, el superhombre expresa la forma más alta de vida, mientras que su contraparte es la expresión más lograda de una vida decadente y de bajeza indecibles.

 

La muerte de Dios puede originar dos actitudes: la activa, que consiste en un ejercicio creador de nuevos valores radicalmente opuestos a los del cristianismo, y la reactiva, que se  manifiesta en una incapacidad generalizada de trascender los valores tradicionales. La Ilustración fue el movimiento que dio muerte a Dios, pero fue incapaz de ir más allá, de tocar las fibras sensibles del judeocristianismo, es decir, sus valores morales. Aunque la ideología de la Ilustración canta coplas al supuesto éxito de la humanidad de haber llegado a la  mayoría de edad; Nietzsche piensa algo distinto: ve en el surgimiento del positivismo, el ateísmo, el humanismo, etc. la actitud reactiva y no la activa; ellos representan al hombre sanguijuela que intenta reemplazar los grandes valores y la religión por el conocimiento, el exacto, el científico. Todos ellos se pelean con el espectro de Dios, desgastando energía intelectual en refutar, en nombre de la ciencia, hipótesis definitivamente infundadas como la existencia del alma, el infierno, la otra vida, etc.; pero no logran realizar análisis críticos  y agudos como los que Nietzsche sí desarrolla en sus diversas obras filosóficas.

 

En su aspecto topológico, la territorialidad domeñada por el último hombre será infértil; nada bueno, bello e imponente verá la luz en dicho espacio-tiempo. Dice Nietzsche que «ese terreno será pobre y manso, y de él no podrá ya brotar ningún árbol elevado» (Nietzsche, s.f., p. 9). Será pobre porque el último hombre se conforma con los productos formales y materiales surgidos de la modernidad; y será manso porque este sujeto será incapaz de trascender los valores socialmente establecidos, todos ellos de origen judeocristiano. ¿Cómo se podría esperar alguna creación excepcional de un individuo que se refugia en el mercado, que se confunde con la indeterminación del montón, y se junta con los bufones y las moscas venenosas? El último hombre es un ser ordinario, mediocre y mundano; que experimenta vértigo ante la altura. Sería necio esperar producciones elevadas de un territorio dominado por el conformismo burgués y la contienda dialéctica.

 

En primer lugar, al último hombre se le puede considerar como un individuo plenamente terrenal. Este ya no está en la búsqueda desesperada por alcanzar un trasmundo. Como heredero del ejercicio llevado a cabo por los grandes negadores, los hombres superiores, que no eran los superhombres, es un sujeto ateo. Es el que vive en un mundo en el que Dios ha muerto pero él parece ignorar tal cosa y vive ya no sujeto a los grandes ideales del cielo sino a los raquíticos estatutos terrenales. Por eso Nietzsche se expresa con tanta amargura sobre este individuo. La sociedad a la que pertenece no tiene ninguna esperanza de redención ya que el último hombre no es ni camello ni león, es el resultado de la destrucción del león, él, por su cobardía y conformismo, no puede trascender su situación objetiva y subjetiva en su mundo. Este espacio-tiempo, nos dice Nietzsche, será pobre y pesado porque estará contaminado aún con los viejos valores cristianos, que esquilman los instintos vitales tonificantes de la vida; nada afirmativo o alegre puede originarse a partir de tales valores. En tal sentido, «pesadas son para él la tierra y la vida; ¡y así lo quiere el espíritu de la pesadez! Mas quien quiera hacerse ligero y transformarse en un pájaro tiene que amarse a sí mismo: - así enseño yo» (Nietzsche, s.f., p. 119). La vida donde domina la voluntad de verdad es pobre, mientras que la que está impregnada por el hálito de Dionisios es alegre, liviana, creadora y afirmativa; en suma, rica.

 

El último hombre, si bien no de manera explícita, niega a Dios y al mundo de la trascendencia. Por tal motivo, se le considera como un ateo. Esa negación del cielo, al no transformarse en una afirmación activa de la vida terrena, deviene asimismo en una bochornosa negación del mundo sensible. En vez de decir «sí» a su voluntad de señorío, para hacer de la tierra un sitio dionisíaco, conserva  los antiguos valores del difunto Dios y los integra a su constelación ética poniéndolos en práctica. Así, este  individuo se convierte en un ser pobre, compasivo y decadente. Será un hombre plenamente terreno, es verdad, pero decadente en el más alto grado e incapaz de afirmar su voluntad de poder. Es risible, ha matado al tigre, pero se ha asustado con su cuero.

 

El surgimiento de este personaje, llamado también el más repugnante de los hombres, lo ve Nietzsche como algo de naturaleza inminente. Este ya no será capaz de pensar más allá de sí mismo y de sus mezquinas fronteras. Valorará las cosas en función de su utilidad. Su arco no apuntará más allá de los dominios de su egoísmo y vanidad. «¡Ay! —exclama Nietzsche—¡Llega el tiempo en que el hombre dejará de lanzar la flecha de su anhelo más allá del hombre, y en que la cuerda de su arco no sabrá ya vibrar!» (Nietzsche, s.f., p. 7). Hombres tan pobres que no podrán anhelar algo más allá del dinero, la fama, el sexo y el placer; hombres tan despreciables que tienen como única meta alcanzar el poder como representación, el que busca el decadente, pues no sabe lo que es sentir desde la exuberancia de espíritu. Los espíritus de altura no intentan negar o destruir lo que ellos no son; sin un proceso creador, toda negación y destrucción carece de sentido. Por eso vale tan poco toda dialéctica, niega por negar y es indiferente a la creación. Estos espíritus livianos, dionisíacos, son creadores y afirmadores de su voluntad de señorío y en eso radica su inigualable grandeza.

 

Una de las características del último hombre es la pesadez. A las claras es notoria su falta de vitalidad y anhelo de vuelo. Nietzsche dice que ser un « …enemigo del espíritu de la pesadez, eso es algo propio de la especie de los pájaros» (Nietzsche, s.f., p. 119). Es lícito decir que el movimiento es lo que caracteriza a los seres vivos, a la vida en general; mientras que la lentitud y la pesadez son signos de una vitalidad agotada y sobrecargada con ídolos impuestos por los fetichistas, quienes son incapaces de relacionarse con la vida de una manera que no sea patológica. La vida de la modernidad está encorvada con tantos bártulos dialécticos (se sabe que la dialéctica es incapaz de afirmarse sin una negación y de allí su decadencia) y judeocristianos.

 

Por otro lado, el último hombre es un ser obsesionado con el orden, la disciplina, lo políticamente correcto y todo aquello que conduzca a una cierta armonía. Por lo mismo, su lógica, su ciencia y su matemática son sus baluartes. Por el contrario, el desorden, lo dionisíaco, lo irracional y lo caótico lo quieren erradicar; en consecuencia, todo aquello que se presenta abruptamente y rompe  con sus dispositivos hermenéuticos lo quieren re-territorializar, a saber, engullirlo en su totalidad platónica armoniosa. Por eso «yo os digo: es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina» (Nietzsche, s.f., p. 9). Es evidente que son los fetichistas, los eternos enemigos de la realidad, los que tienen una imagen invertida de la vida, como algo armonioso y pacífico sin contradicciones, como son incapaces de aceptarla tal como es; inventan una a la altura de su mediocridad y resentimiento.

 

Los espíritus afirmativos no se resienten con la vida ni con el devenir, aceptan lo trágico como una expresión de Dionisos y Apolo. Sin caos, dice Nietzsche, no es posible alumbrar a una estrella danzarina. Nietzsche enfáticamente hace alusión a la estrella danzarina pues es una de las características principales de Dionysos, es el Dios que sabe bailar. La categoría que está detrás de todo el filosofar  Nietzscheano es la vida, en su filosofía se respira la vida.

 

Para el último hombre, advierte Nietzsche, ya no existe posibilidad de dar a luz ninguna estrella. Claro está que al  abrazar la vida reactiva, la pesada, que niega los instintos vitales ascendentes,  dice no a la vida activa, que es liviana, que sabe danzar, que es alegre, orgullosa y creadora. Así pues, su rotundo no a la vida liviana implica un  sí al mercado y a su pesadez,  y un no a las montañas y su aire fuerte, que resfría a cualquier espíritu que no esté habituado a él y a su fuerza. El último hombre es un individuo más del mercado, su lugar topológico específico, en donde se presenta la mayor concentración de moscas venenosas, bufones, gentuza y despilfarro ontológico en general. Sólo el que pone verdaderamente en práctica el sentimiento (pathos) de distancia de ese lugar, antitético para cualquier forma de vida superior, puede llegar a parir una estrella de naturaleza danzarina.

 

El último hombre, como ya se mencionó en anteriores párrafos, es una  «sucia corriente», un  parásito indigno que vive del brillo ajeno, por ejemplo, de los grandes inventos llevados a cabo por los individuos que aún en esta arena desértica siguen manteniendo su potencialidad creadora, es un auténtico utilitarista, el eterno tercero pasivo que necesita de una naturaleza superior para poder perpetuarse en la existencia. Así, su debilidad, resentimiento e impotencia lo motivan a juzgar, atacar y convencer a los individuos de espíritu exuberante para que se unan a sus filas mediocres interesados en hacer de la vida algo ordinario y monótono.

 

Nietzsche advierte con una lucidez inusual la irrupción de la contraparte del superhombre cuando escribe que «llega el tiempo en que el hombre no dará ya a luz ninguna estrella» (Nietzsche, s.f., p. 9). Este individuo, al no disponer de ocio creador, le da por trabajar. En consecuencia, trabaja de diez a doce horas al día. Esto se ha convertido en su entretenimiento, cuántas horas pasa pegado en su celular o tableta. En Estados Unidos, una nación de cepa puritana, el trabajo es indispensable. Nietzsche afirma que «la gente continúa trabajando, pues el trabajo es un entretenimiento» (Nietzsche, s.f., p. 9). Nietzsche vio, desde la modernidad temprana, en las horas excesivas de trabajo un síntoma patente de la nada. La voluntad quiere afirmarse en cualquier actividad por ínfima que sea. ¡Qué bajo ha caído este despreciable sujeto! Su sociedad está completamente enfocada  en la actividad generadora de abstracción, a saber, de dinero; esa actividad, irrelevante para un espíritu de altura, consume la mayor parte de su tiempo más valioso.

 

Por eso esta sociedad en la que se mueve el último hombre infunde compasión: «¡Ay! —escribe Nietzsche en su Zaratustra— Llega el tiempo del hombre más despreciable, el incapaz ya de despreciarse a sí mismo» (Nietzsche, s.f., p. 9). Para este personaje, que considera el trabajo como algo absolutamente necesario, el tiempo disponible para actividades de ocio se reduce significativamente si no dispone de suficiente capital. Este último hombre está tan atareado en cosas verdaderamente triviales y frívolas que ni para despreciarse a sí mismo tiene tiempo. En su territorio, que es para el espíritu exuberante un desierto de proporciones infinitas y, como el universo, en constante expansión, todo lo que destila vida ascendente muere y se marchita. El hombre que conoce, es el gran desconocido para sí mismo, el  hombre que se describe aquí es la caricatura del sobrehumano.

 

El último hombre, dice Nietzsche, se pregunta: «¿Qué es amor? ¿Qué es creación? ¿Qué es anhelo? ¿Qué es estrella?» (Nietzsche, s.f., p. 9). Esto demuestra que desconoce el arte de plantear bien las preguntas, las realiza en términos metafísicos. Está interesado por saber que es el amor, se preocupa por determinar lo que es, pero no quiere saber quién es el que ama, que quiere y que busca la persona que ama, que tipos de  fuerzas dominan al individuo que ama, que tipos de instintos están detrás de su pasión, que tipos de pensamientos anidan en la mente del sujeto que declara amar, cuáles son las emociones que experimenta el individuo que ama y que es lo que dice sobre el amor el amante. Es normal que un individuo de esta naturaleza desconozca el amor, le es imposible, pues sin riqueza de espíritu y amplitud de perspectiva cualquier intento de amor fenece. Además,  el amor le está vedado porque es incapaz de amarse a sí mismo; se vuelca en compasión por su prójimo, sin saber que esa falsa compasión es como una suerte de morfina para suavizar su adolorida y maltrecha voluntad de señorío. Cómo va a saber de creación un consumista empedernido, que se limita a  consumir lo producido por el espíritu creador. Su anhelo no sobrepasa lo humano, lo demasiado humano; no le interesa ir a la otra orilla, está conforme en su infértil y reducido terruño, sin montañas, sin árboles elevados y sin estrellas danzarinas. Le huye a la excelencia y al desarrollo personal, se contenta con vivir una vida cómoda y sin tareas desafiantes.

 

El último hombre es dañino. En primer lugar, porque es el receptáculo por excelencia del nihilismo; cuánto odio y resentimiento se agazapa en la conciencia de este individuo, ya no dirigido contra el cielo sino hacia la tierra y todo lo alto y bello que hay en ella. En su territorio toda vida ascendente se marchita, transmuta y se vuelve reactiva. El último hombre, dice Nietzsche, «todo lo empequeñece» (Nietzsche, s.f., p. 9). Además, como la maleza, es duradero e inquebrantable. Según Nietzsche, «su estirpe es indestructible, como el pulgón» (Nietzsche, s.f., p. 9). Por lo mismo, el último hombre es el que más tiempo vive. Por último, ha renunciado a la excelencia y a toda expresión de grandeza. La comodidad y mediocridad burguesas la llama felicidad. Así, quiere evitar todo esfuerzo, desea las cosas inmediatas, todo lo que no agote, pues está fatigado espiritualmente. Ellos dicen: «nosotros hemos inventado la felicidad» (Nietzsche, s.f., p. 9). Definen como felicidad a lo que aumenta y sume al individuo en la decadencia, a lo que lo aparta de la excelencia, a lo que lo aleja de encontrarse a sí mismo y a su voz interior, a la actitud derrotista y a la bajeza de espíritu en general.  Si el superhombre es el sentido de la tierra, el último hombre es el sin sentido de la tierra.


No al nihilismo 


Zaratustra es además un llamado a transcender el nihilismo. Este consta de tres variantes: el resentimiento, la mala conciencia y el ascetismo. Se podría interpretar el nihilismo como un sentimiento de odio y resentimiento hacia la vida y el devenir. A través de las enseñanzas de Platón y Sócrates, aprendimos a teóricamente odiar y culpar a la realidad de los sentidos. El resentimiento que les generó el cambio los condujo a odiar el mundo sensual. La religión judía, por su parte, nos enseñó a culpar y odiar religiosamente a aquellos que no pertenecían a nuestra estirpe, a los seres humanos diferentes. Con el cristianismo, aprendimos a culparnos y odiarnos a nosotros mismos por nuestra condición pecaminosa. Por otro lado, la ciencia nos enseñó a odiar la subjetividad, la individualidad y la diferencia, en favor de una objetividad fría y ajena a nosotros. Solo cuando logremos invertir por completo ese proceso de valoración y razonamiento, podremos construir una sociedad activa y afirmativa, capaz de decir sí a una vida alegre y creadora. El nihilismo es una etapa necesaria para alcanzar una verdadera transformación. El nihilismo pasivo y el nihilismo activo son momentos previos a la última transformación, es decir, el devenir Niño. Sin embargo, Nietzsche no revela cómo Zaratustra experimentó su primera transformación. Eso es algo personal e íntimo.


El nihilismo es, en su variante de ascetismo , lacónicamente hablando, el querer la nada, a saber, cuando la voluntad que quiere y no encuentra nada digno de ser apreciado se torna hacia la nada, y ha influido en la configuración del mundo occidental. Tanto la religión, al repudiar el cuerpo y buscar la trascendencia, como la ciencia en su búsqueda exhaustiva de las leyes naturales, han llevado a extremos nihilistas que despojan a la realidad de su esencia. En su afán por trascender lo tangible, la religión desvaloriza el cuerpo y la vida terrenal, mientras que la ciencia, al desentrañar minuciosamente las leyes que rigen el universo, corre el riesgo de reducir la realidad a un mero esqueleto desprovisto de vitalidad. Ambas posturas, en su afán de buscar significado, pueden llevar a una pérdida de la esencia misma de la existencia.


Aunque Nietzsche, Marx y Spinoza difieren significativamente en sus enfoques, temas y temperamentos, existe una convergencia notable entre ellos en lo que respecta a la importancia del cuerpo. Y esta visión es más adecuada que la que hoy se tiene de este. Cada uno de estos filósofos reconoce y destaca el papel central del cuerpo humano en la experiencia y comprensión del mundo, así como en la realización individual y social. A pesar de sus divergencias filosóficas, los tres  coinciden en la idea de que el cuerpo es más que una mera cárcel del espíritu o un objeto pasivo, sino que constituye un sitio de potencia, afecto y acción activa que influye de manera significativa en la existencia y el florecimiento humano. Ven al cuerpo como el punto de partida para comprender el mundo y el propio ser.


Según Nietzsche, la construcción de un cuerpo y un espíritu aristocrático implica considerar diferentes aspectos. En primer lugar, se refiere a los tipos de alimentación física y espiritual que adoptamos. No solo se trata de nutrir nuestro cuerpo con una dieta adecuada, sino también de alimentar nuestra mente y espíritu con ideas y valores elevados. Además, Nietzsche resalta la importancia del espacio en el que vivimos y el entorno que nos rodea. Un entorno inspirador y enriquecedor puede contribuir a la formación de un carácter noble y virtuoso. Así es preciso rodearse de un entorno propicio que estimule nuestro desarrollo hacia la grandeza.


Si partiendo de una perspectiva nihilista y reactiva hemos logrado crear lo que hasta ahora hemos creado, es verdaderamente impresionante imaginar lo que podríamos lograr desde una postura activa y vitalista. Al adoptar una actitud proactiva y llena de vida, desplegamos todo nuestro potencial y nos convertimos en individuos activos y sujetos de cambio. En lugar de quedarnos estancados en la negación y la pasividad, como el espíritu dialéctico, nos lanzamos a la acción con entusiasmo y determinación. Nos desafiamos a nosotros mismos, superamos los obstáculos y nos abrimos a nuevas posibilidades. Desde esta perspectiva, nuestras capacidades son ilimitadas y nuestro impacto en el mundo puede ser transformador. Imaginemos cuánto podríamos lograr al vivir plenamente, abrazando la vida con todas sus oportunidades y desafíos, y dando lo mejor de nosotros en cada paso que damos.


Para aterrizar, hay que decir que si se busca encontrar en Nietzsche un sistema de conceptos con una concatenación lógica rigurosa, desligado de toda experiencia vital, puede parecer incomprensible. Zaratustra no puede ser leído como un manual de filosofía racionalista, es una obra maestra escrita con el inconsciente, con el corazón. Por lo mismo, es necesario acercarse a esta de manera más vivencial, tratando de conectar con su lenguaje y sus metáforas, y considerar que sus conceptos son construcciones imaginativas que buscan expresar la complejidad de la vida humana en su totalidad, incluyendo los aspectos más oscuros e inquietantes. Para Nietzsche, la filosofía no puede ser reducida a una mera constelación de términos abstractos, fríos, objetivos y racionales. Es algo mucho más complejo y plenamente vital. La filosofía debe ser en gran medida parcial y tomar partido por lo afirmativo, convirtiéndose en un campo de batalla contra todo lo reactivo. Solo quien ha dejado atrás su patria, su suelo, su aire, su agua y su gente, y ha vivido en la soledad de las altas y gélidas montañas y con un corazón transformado como el de un niño, puede dar una verdadera definición de la filosofía. La definición de la filosofía tiene algún sentido solo si es honrada, si es vida activa hecha carne, si es el alimento espiritual que sustenta a una vida activa y afirmadora de su diferencia. 



Bibliografía utilizada

 

 

Deleuze, G. (1965). Nietzsche [Archivo PDF]. P.U.F. Recuperado de http://www.medicinayarte.com/img/DELEUZE,%20Gilles%20%281965%29%20-%20Nietzsche.pdf

 

Espartaco, P. (s. f.). El Ocaso de los Ídolos Federico Nietzsche. Recuperado de http://juango.es/files/El-Ocaso-de-los-Idolos.pdf

 

Irrupción Filosófica. (2023, marzo). ¿Qué es la filosofía de la diferencia? [Entrada de blog]. Irupción Filosófica. Recuperado de https://www.xn--irrupcinfilosfica-mybg.com/2023/03/que-es-la-filosofia-de-diferencia-ocio.html

 

LibrosGratis. (s.f.). Retrieved April 8, 2023, from https://cdn.preterhuman.net/texts/literature/in_spanish/Friedrich%20Nietzsche%20-%20Ecce%20homo.pdf

 

Nietzsche, F. (s.f.). Así habló Zaratustra. https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/asi_hablo_zaratustra_nietzsche.pdf

 

Russell, B. (1945). Historia de la filosofía occidental II. Barcelona: Austral.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

chintoliano@gmail.com

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.