miércoles, 23 de agosto de 2023

El individuo Incalculable como razón y sentido del mundo


El individuo Incalculable como razón y sentido del mundo


El individuo es intrínsecamente social y requiere de la interacción con otros en diversos niveles para lograr una existencia, digamos, plena. No obstante, para coexistir armoniosamente en una comunidad, se hace necesario reprimir ciertos impulsos y patrones instintivos propios de su naturaleza animal. Esta animalidad, aunque ancestral y parte integral de la identidad humana, puede conllevar riesgos para la estabilidad del grupo si no se mantiene bajo control. La habilidad de ocultar esta bestia interna se vuelve un factor determinante en la medida en que, al hacerlo, el individuo se torna más compatible y adaptable a las normas y expectativas sociales; a saber, entre más oculta esté su bestia interna, más aceptable es para el grupo y más contribuye a la cohesión y el equilibrio comunitario. En ese sentido, lo que nos hace dignos de confianza y evita que seamos considerados sospechosos es el hecho de que somos, hasta cierto punto, predecibles y calculables. Los demás no esperan que los ataquemos o les causemos daño de algún modo. De lo contrario, no se acercarían a nosotros y estaríamos aislados del resto. Si el individuo no le hubiera puesto coto a esta bestia salvaje, el imperio cultural y científico, que hoy constituye nuestro mayor orgullo, hubiera sido prácticamente imposible. La negación absoluta del instinto es algo imposible, —aunque los trans-humanistas creen que la ciencia dentro de poco será capaz de modificar los instintos más primitivos y peligrosos—, pero los humanos han logrado adormecerlo lo suficiente para que no represente mayor peligro. Convertir al individuo en algo predecible no ha sido una tarea fácil; sin embargo, como lo expresa Nietzsche en la Genealogía de la Moral, “con ayuda de la eticidad de la costumbre y de la camisa de fuerza social el hombre fue hecho realmente calculable”. Con la aparición de este hombre calculable, como una sombra, como un fantasma, emergió otro: el incalculable. Los individuos calculables conforman la mayoría, mientras que los incalculables constituyen un grupo relativamente más reducido y suelen pasar inadvertidos, como el lenguaje de la naturaleza en el mundo.


El individuo incalculable no es familiar para nadie. No pertenece a ninguna tribu ni es identitario. En los campos y sistemas que constituyen la realidad social, este es percibido, por los de aire  familiar, como un extranjero, un forastero de tierras lejanas, como el hombre de Camus. En la totalidad, solo puede entrar lo igual, lo asimilable, lo que es digerible, lo que puede ser subsumido sin causar reflujos ni malestar estomacal en ese vientre infinito de lo igual. En todas partes intentan familiarizarlo. Sin embargo, él permanece fiel a sí mismo y a su caverna. Las redes sociales son mecanismos utilizados por las instancias de poder para familiarizarse con el espíritu de las masas. Pero este individuo es inmune a este mecanismo domesticador de almas. Dentro de la totalidad, siempre será el eterno extranjero, el fantasma, el solitario, y, felizmente, después de mucho tiempo, se metamorfoseará en un sol o una estrella magna.


Al hablar de este hombre incalculable, podría parecer que lo estoy extrayendo del azul del cielo, de la nada; sin embargo, este individuo ha existido siempre y ha sido conceptualizado por muchos otros pensadores, tales como Nietzsche, Foucault, Sartre, Marx y Byung-Chul Han, entre otros, de diversas formas.


En el caso de Friedrich Nietzsche, reconocido por sus ideas sobre la voluntad de poder y la transvaloración de los valores, este vendría a ser el superhombre. De él ofrece una visión como alguien que trasciende las limitaciones impuestas por las normas culturales y se esfuerza por crear su propio sistema de valores, basado en su honradez y autenticidad personal.  Nietzsche afirma que «el superhombre es el sentido de la tierra» (Nietzsche, s.f., p. 6). Así, un espacio-tiempo desértico, árido y sin sentido, al contacto con el superhombre se torna significativo, rico, alegre y afirmador de la vida. En virtud de su autoafirmación exuberante, el comportamiento práctico y teórico del superhombre trasciende las categorías tradicionales de la moralidad occidental. Esta dilatada riqueza interior, le permite elevarse más allá del bien y del mal. 


El individuo Incalculable como razón y sentido del mundo


El superhombre para Nietzsche es la expresión más elevada de la vida ascendente y la limpieza, mientras que al hombre acomodado y conformista lo describe como «una sucia corriente» (Nietzsche, s.f., p. 7). Por lo mismo, el superhombre debe convertirse en un enorme océano para poder recibir toda esa sucia corriente sin volverse impuro (Nietzsche, s.f., p. 7). En síntesis, el superhombre expresa la forma más alta de vida, mientras que su contraparte es la expresión más lograda de una vida decadente y de bajeza indecibles. En tal sentido, el individuo incalculable debe buscar su propio camino y crear sus propios valores. El individuo sólo puede ser el sentido de la tierra en la medida en que crea valores. De ese modo, el hombre incalculable se convierte en un creador de valores, forjando su camino único en la vida. Dada su dilatada subjetividad, es capaz de rechazar la presión de encajar en normas predefinidas y se aventura a explorar su potencial único y auténtico. No ejerce su voluntad de poder para someter y manipular a los demás para que estos hagan realidad sus anhelos arbitrarios, sino que se expresa a través de la autodeterminación y la autenticidad. Se vuelven individuos libres, inocentes y creadores.


Por otro lado, en Michel Foucault, el individuo incalculable podría ser entendido como aquel sujeto que no puede ser fácilmente definido ni cuantificado según las normas y categorías preestablecidas por las instituciones y discursos sociales disciplinarios. Es esa figura que escapa a la lógica de control y regulación que ejercen las estructuras de poder. Este individuo no se deja encasillar en categorías predefinidas y desafía las formas convencionales de conocimiento y control social. Este individuo incalculable sería entonces un tropezón en ayunas para la psicología, la medicina y la prisión cuyo orgullo estriba en tener el poder de definir y normalizar la identidad y la subjetividad de las personas. Este individuo, en virtud de su fuerza interior, desafía abiertamente estas normativas al resistirse a ser encajado en categorías predefinidas y al negarse a ser completamente conocido o controlado por el poder disciplinario. Por ser un agente de resistencia que cuestiona las normas y estructuras de poder impuestas por la sociedad, es un sujeto peligroso. Sartre argumenta que los seres humanos son completamente libres y responsables de sus acciones, lo que implica que no pueden ser reducidos a meras categorías pasivas dentro de una totalidad activa, ni estar completamente determinados por estructuras preexistentes. El individuo no es un mero pelele de las circunstancias de la realidad, ni una marioneta de la historia. Así, el individuo incalculable es aquel que, como una naturaleza responsable, ejerce su rol activo en el mundo. Se crea a sí mismo desde su operar libre, se da una esencia que no nació con él, sino que él mismo se otorga desde su libertad. Quien no se da una esencia a sí mismo desde su libertad no puede llamarse un individuo libre. Estos sujetos toman decisiones basadas en sus elecciones personales, sin importar lo que los demás esperen de ellos. Estos individuos incalculables son libres y, por lo tanto, encarnan en la historia la buena fe; son los únicos que desafían la "mala fe" y viven en consonancia con su verdadera libertad. Los individuos débiles e incapaces de transformar y aceptar su rol activo en el mundo encarnan en la historia la mala fe. Todo aquel que se engaña a sí mismo creyendo que está completamente limitado por las circunstancias y los roles sociales actúa en consonancia con la mala fe. Los hombres activos reconocen su libertad para actuar de manera auténtica y no mecánica. En el caso de Marx, el individuo incalculable puede identificarse como aquel que se rebela contra las estructuras de poder y explotación capitalista. Se opone a la alienación y cosificación que el sistema capitalista impone a los individuos. Como sujeto activo y libre dentro de la historia, se resiste a ser un mero instrumento de producción. Es aquel que, al captarse como naturaleza dominada y subyugada por una clase de hombres avaros e injustos, se revela y lucha por alcanzar una auténtica libertad formal y material. Pero es requerido que rompa con las cadenas del sistema que le impiden alcanzar su libertad. Además, es aquel que no solo lucha por su propia liberación, sino que también desafía las estructuras capitalistas en busca de una sociedad más igualitaria y justa.


Byung-Chul Han realiza un análisis de la sociedad contemporánea, la cultura del rendimiento y la influencia de la tecnología en la subjetividad humana. En sus obras, se ha centrado en temas como el agotamiento, la transparencia, la comunicación y la autorrealización en la era digital. A su criterio, la sociedad actual valora la previsibilidad, la eficiencia y la cuantificación en la vida de las personas. Hace tiempo, en un ensayo sobre Ham, escribí lo siguiente: “los seres humanos de esta época están impelidos por una idea bien determinada: alcanzar el éxito como sea posible. Y para lograrlo no les importa si es necesario dejar la piel en el trabajo”. Dentro de este contexto, el hombre incalculable sería este sujeto que se resiste, como la maleza, a ser reducido a números y métricas, y abraza su singularidad y complejidad. Él es la antítesis de la sociedad del rendimiento, en la que el exceso de autoexposición en las redes sociales, la pérdida de intimidad y el agotamiento causado por la necesidad constante de ser visibles y productivos, son sus notas constitutivas. Este individuo, como un lagarto en medio del río cuando las cebras lo cruzan por la emigración, busca reconectar con su esencia, explorar su interioridad y resistir las demandas del espectáculo pornográfico social. El individuo incalculable es como un martillo para la lógica de la autoexplotación. Él es la clave para recuperar una relación más auténtica con el entorno y la naturaleza, en contraste con la alienación causada por la sobreestimulación digital y la aceleración de los ritmos de vida en la era contemporánea.


El hombre incalculable es "un auténtico querer". Es un individuo que desea genuinamente. Así como existe una falsa y una mala conciencia, del mismo modo existe "un falso querer". En la mayoría de las ocasiones, el deseo de las masas es falso. Si las masas encarnaran un auténtico querer, ¿por qué las instancias de poder las mantienen pisoteadas en el suelo y les ponen la bota derecha en la cara? Si el deseo de las masas, por ejemplo, en los Estados Unidos fuera auténtico, ¿cómo es posible que, hace unos años, hayan elegido como su presidente a un individuo tan elemental como Donald Trump? Lo mismo podría decirse de El Salvador, Brasil, Colombia y muchos otros países en Latinoamérica y Europa. La política es la mayor prueba de que el deseo de las masas no es genuino, la mayoría de las veces es falso. Lo que las masas desean es precisamente lo que el mercado, los políticos, las industrias de la música, el mundo del séptimo arte, las religiones y diversas otras instancias de poder desean que ellas anhelen. Considero pertinente decir que desde que existen instancias de poder, las autoridades han querido que deseemos lo que ellos quieren que deseemos. Según Bertrand Russell: "Lo que «debemos» desear es simplemente lo que otra persona desea que deseemos. Generalmente es lo que las autoridades desean que deseemos: padres, maestros, policías y jueces". Sin embargo, el individuo incalculable quiere su propio deseo, aquel que no se diluye ni se difumina en la uniformidad, es distinto, es elevado; él quiere “en la voluntad”, no fuera de la voluntad; su deseo es complejo y ningún algoritmo puede sistematizarlo. Su anhelo es anárquico. En un mundo donde la mayoría quiere lo mismo, este hombre se manifiesta como un deseo distinto, un anhelo refinado y honesto; es la antítesis de todo anhelo falso. 


Entendemos por sistema un conjunto de elementos interconectados que forman una totalidadde sentido, como las piezas de un rompecabezas que encajan perfectamente para revelar una imagen completa. No llamamos "poema" a un conjunto de palabras al azar, sino cuando esas palabras se entrelazan de manera especial para transmitir emociones, ideas y belleza. No llamamos "pared" a una mera colección de cemento, ladrillos de barro, cubetas de agua, arena y mortero. Solo cuando estos elementos se ensamblan formando una totalidad de sentido es que tenemos una pared. El mundo es una totalidad, un recorte epistemológico del universo, compuesto de campos, que son recortes epistemológicos de la totalidad, sistemas, que son recortes epistemológicos del campo, e instituciones, que son recortes epistemológicos del sistema. En estos entornos, el individuo debe ser necesario y predecible si desea ser aceptado y acogido por los demás que forman parte de ella. Sin embargo, las totalidades tienden a cerrarse sobre sí mismas. Por ese motivo, en ellas la coherencia y armonía son aspectos necesarios e ineludibles. 


Así, se espera que el individuo contribuya a mantener la coherencia y armonía dentro de la totalidad, evitando acciones que puedan desequilibrar o perturbar el funcionamiento general. De ese modo, la interconexión y las relaciones son notas importantes, y el individuo debe establecer y mantener relaciones interconectadas con otros elementos de la totalidad, incluso cuando no le agrade o no lo juzgue sensato, reconociendo su papel en la red de interdependencia. Su existencia adquiere significado únicamente en estrecha relación con la totalidad. En el campo, se le exige competencia y eficiencia. ¿Qué importa su individualidad o su diferencia? Debe hacer lo que los demás juzgan como mejor y demostrar competencia y eficiencia en su desempeño en el campo, contribuyendo al logro de los objetivos y al progreso de dicho ámbito. Si no es capaz de innovar y crear, es visto como incompetente. Se busca a alguien con la capacidad para aportar nuevas ideas, enfoques y soluciones al campo, alguien capaz de implementar la innovación y el avance. En el sistema, los individuos se han de mover de acuerdo con la conformidad de las reglas. Se espera que los individuos sigan las reglas y los protocolos establecidos en el sistema, garantizando su correcto funcionamiento y la consecución de sus metas. No quieren sorpresas, todo debe estar calculado. Nada debe salir de otro modo que no haya sido preparado. El individuo debe contribuir a la eficiencia y operatividad del sistema, minimizando obstáculos y optimizando los procesos. En la institución, se exige abrazar la lealtad y el cumplimiento de roles. Al individuo se le exige lealtad a los valores, objetivos y normas de la institución, así como el cumplimiento de los roles y responsabilidades asignados. Las instituciones solo son posibles si se da la participación activa. Participar en las actividades y proyectos de la institución es vital; de esa forma, contribuye al buen funcionamiento y desarrollo de estas. Pero este individuo es demasiado complejo para diluirse en lo igual de la subjetividad. 


Este individuo incalculable no es una naturaleza mecánica; más bien, se eleva como un sujeto plenamente espiritual. Su capacidad de mirar trasciende la superficie, explorando las profundidades de la realidad. Sus pensamientos son como ríos caudalosos, navegando aguas desconocidas con curiosidad y asombro. Al escribir, sus palabras fluyen como corrientes subterráneas llevando consigo la esencia de su ser. ¡Qué peligroso sería caer en dichas corrientes! Y al hablar, su voz resuena con la sabiduría de alguien que ha explorado los rincones ocultos del universo. Es una sabiduría-inteligencia. ¿De qué sirve un inteligente sin sabiduría? En cada acción, en cada gesto, se revela como un ser auténticamente humano, cuyo espíritu trasciende las limitaciones de lo mecánico para abrazar la plenitud de la existencia.


El individuo incalculable no se contenta con la mera búsqueda de la libertad; él la forja con su propia voluntad y acción; la hace. Vive su vida como si la libertad fuera algo que no se tiene, un logro por alcanzar, un territorio que debe conquistar a través de sus esfuerzos incansables. Sin esta determinación, ningún imperio hubiese podido erigirse en la historia. No se detiene en meras contemplaciones, a esperar que las instituciones se la hagan posible, pues sabe que la verdadera libertad se encuentra en la lucha constante y en la determinación de enfrentar cualquier obstáculo que se interponga en su camino hacia ella. Es en la lucha misma donde encuentra su realización y donde demuestra su derecho a ser libre.


El individuo incalculable no se contenta con buscar la verdad; él mismo es la fuente de la verdad. Desde su perspectiva única y activa, fluyen los conceptos y los juicios de valor que moldean el panorama intelectual. Más allá de ser un mero buscador, él se convierte en el creador de la verdad misma. Similarmente, no limita su búsqueda al amor; en cambio, encarna el amor en su esencia más pura y auténtica. Su capacidad para generar amor es una manifestación de su naturaleza incalculable, sus acciones y emociones no son meros resultados de búsqueda, sino expresiones genuinas de su ser.


El último hombre, que se asemeja al individuo calculable, dice Nietzsche en Zaratustra, se pregunta: «¿Qué es amor? ¿Qué es creación? ¿Qué es anhelo? ¿Qué es estrella?» (Nietzsche, s.f., p. 9). Esto demuestra que desconoce el arte de plantear bien las preguntas, las realiza en términos metafísicos. Está interesado por saber que es el amor, se preocupa por determinar lo que es, pero no quiere saber quién es el que ama, que quiere y que busca la persona que ama, que tipos de  fuerzas dominan al individuo que ama, que tipos de instintos están detrás de su pasión, que tipos de pensamientos anidan en la mente del sujeto que declara amar, cuáles son las emociones que experimenta el individuo que ama y que es lo que dice sobre el amor el amante. Es normal que un individuo de esta naturaleza desconozca el amor, le es imposible, pues sin riqueza de espíritu y amplitud de perspectiva cualquier intento de amor fenece. Además,  el amor le está vedado porque es incapaz de amarse a sí mismo; se vuelca en compasión por su prójimo, sin saber que esa falsa compasión es como una suerte de morfina para suavizar su adolorida y maltrecha voluntad de señorío. Cómo va a saber de creación un consumista empedernido, que se limita a  consumir lo producido por el espíritu creador. Su anhelo no sobrepasa lo humano, lo demasiado humano; no le interesa ir a la otra orilla, está conforme en su infértil y reducido terruño, sin montañas, sin árboles elevados y sin estrellas danzarinas. Le huye a la excelencia y al desarrollo personal, se contenta con vivir una vida cómoda y sin tareas desafiantes.


Un nuevo amanecer acaecido, una llovizna amable, un nuevo sol despuntando en el horizonte, un aire más lavado, más puro, más diáfano para respirar, todo eso y más es el individuo incalculable, el de carne y hueso, el errático, el que no se asemeja a la máquina. ¡Qué feliz soy de verlo, ojalá no lo incineren tan rápido! Este individuo incalculable se resiste, como la vida que se insinúa entre las fisuras del pavimento de una arteria septentrional, a ser extraído de la caparazón de tortuga en la que se ve resguardada su subjetividad. Abandonar la caverna para unirse al rebaño y su locura colectiva nunca será una elección sensata. A su debido tiempo, dejará su resguardo, pero ¡qué peligrosos resultan los hombres incalculables cuando salen de esas cavernas! Cuanta razón tiene Nietzsche cuando afirma que “los hombres singulares; cada vez que regresan al exterior, su vuelta se transforma en una erupción volcánica”. Él se pertenece a sí mismo; su proyecto ontológico vital vale más que cualquier empresa gregaria inconsciente. ¿Pero lo han visto? ¿O será solamente un espectro danzando en mi cabeza?


¡Ay, pero la vida de este hombre incalculable no ha sido ni será nunca fácil! Cuántas sendas con destinos aparentes tuvo que transitar y escudriñar afanosamente, cuántos falsos amigos tuvo que seguir, a cuántas turbas monstruosas y carentes de espíritu tuvo que unirse, cuántas máscaras hubo de ponerse, cuántas mitras tuvo que sostener con los ojos torcidos, cuántos noes y sies tuvo que callar, en cuántos desiertos ha deambulado cargando ídolos, cuánta piel muerta quedó adherida en ellos, cuánto tiempo ha debido arrastrarse como serpiente solitaria, en cuántas fuentes de la verdad ha saciado su sed infinita, cuántas lágrimas tuvo que llorar hacia adentro, cuántas horas de camino perdidas y sacrificadas al moloch de la nada, cuánta ingratitud de la naturaleza y de los demás en su contra, y ningún sitio encontraba para sentarse y tomar aliento. Pero un día cualquiera, su gran razón, a saber, su cuerpo, le dijo: "Existe en el mundo —lo leímos juntos en “Schopenhauer como Educador”— un único camino por el que nadie sino tú puede transitar". ¿Adónde conduce? —dice el yo—. "No preguntes, ¡síguelo!" Ese camino nunca estuvo fuera; siempre estuvo en la caverna. Ahora sí, por todos lados, aparecen sillas: “Ven, descansa un poco, estás demasiado exhausto”, así dicen las sillas en coro al hombre incalculable. Ya que tiene un buen camino, como lo canta el gran Silvio Rodríguez, “tendrá sillas que lo inviten a parar”, pero él no se detiene; va como la vida, lanzándose siempre hacia lo desconocido. Su camino es bueno porque él lo va haciendo.


Al referirnos a este individuo incalculable, debe quedar muy claro lo siguiente: estamos haciendo alusión a una naturaleza superior. Superior, no en el sentido que lo entiende el vulgo, que imagina que la superioridad está determinada por factores externos como la riqueza material, el poder político o la simple fuerza bruta, etc. Es superior porque posee valores internos, toda suerte de cofres y tesoros subjetivos, amplitud de perspectiva, exuberancia creativa y voluntad de poder. Asimismo, está comprometido con su propia causa, nunca con otra que no sea la propia; solo a partir de ese compromiso consigo mismo puede comprometerse con la ajena. Es fiel a sí mismo y está dispuesto a vivir pagando el precio de ser distinto, de ser del modo que su espíritu le dicta. Es superior porque está al tanto de que es un individuo libre, inocente y creador. Su superioridad no radica en poseer poder como representación, es decir, aquel que se cristaliza en valores materiales y prestigio social, sino más bien en la capacidad de enfrentar la tragedia y la vida en su ipseidad. Esa dignidad y coraje ciceronianos reflejan su auténtica potencia vital y su capacidad para encontrar significado incluso en las circunstancias más difíciles. Todo individuo superior, por definición, es trágico y su existencia fertiliza todo lo bajo. Esos casos afortunados de la naturaleza, para usar las palabras de Nietzsche, que comprenden esto, aceptan su destino con valentía y gratitud. Por algo la gente le teme a los fantasmas. Los fantasmas de hoy y de siempre son aquellos que no se ven en ningún sitio, ni de día ni de noche, y mucho menos allí donde lo pomposo —me refiero a los ídolos de las masas— brilla por su presencia, que permanecen como un niño después de realizar una travesura, avergonzados y escondidos en un rincón de la casa, mirando a su madre sin entablar ningún tipo de contacto visual. En el futuro, en virtud de su potencia afirmadora y creadora, serán las lámparas —¡qué digo!— las estrellas y los soles que iluminarán el camino de los súbitos, de los hombres mecánicos, de los hombres máquinas, aquellos que hoy suenan, truenan y son escuchados por los muchos. Y si no son conocidos, qué importa, como Walt Whitman, saben que “los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes más grandes de la historia”. “Ese fantasma que corre delante de ti, hermano mío, es más bello que tú; ¿por qué no le das tu carne y tus huesos?” Así le dice el espíritu al individuo incalculable. 


El 10 de abril de 2021, NUEVATRIBUNA.ES publicó mi ensayo "Byung Chul Han, Marx y la categoría de violencia negativa (Karl Marx se Equivocó)". En él, propuse unas ideas un poco atrevidas. En uno de los párrafos afirmé lo siguiente: “No habrá hombres ni mujeres en el futuro; habrá máquinas. La futura sociedad será un inmenso cadáver animado solo por su naturaleza de ser vivo, pero su espíritu, lo que lo hace humano, estará en las manos de unos cuantos sujetos sin escrúpulos. Las ideas que surgen de una sabiduría-inteligencia son creadoras incluso después de la muerte, pero la de una mecánica dura lo que un plato desechable, pues es pura información mecánica y es antiética. Sin que la gente se dé cuenta, una constelación de fuerzas reactivas está matándolos espiritualmente, y qué es sino el espíritu lo que hace a un hombre ser humano. Este sistema reactivo ni siquiera animaliza al humano, lo robotiza. La importancia de Byung-Chul Han radica en que ha sido capaz de ver algunas cosas que el marxismo de silabario no puede ver. Por ejemplo, de que es imposible liberar a un sujeto que es amo y esclavo a la vez de sí mismo. Solo un sujeto plenamente humano puede luchar por su libertad. Ni una roca, ni una máquina, ni un hombre mecánico pueden hacerlo.” Preferiría ser un animal salvaje antes que una máquina cobarde, con salud y bienestar interno como externo, pero incapaz de enfrentar los embistes de la naturaleza. El movimiento vital es ciego y la razón es solo una burbuja de jabón que intenta detener en su interior un bloque descomunal..


El individuo incalculable ejerce una actitud de curiosidad y humildad ante el mundo objetivo y subjetivo, yendo más allá de prejuicios y suposiciones infundadas. Él ve el acto de sobrepasar los juicios someros e interpretaciones simplistas como una vocación. Como un observador honrado, capta la singularidad y la esencia de cada cosa observada; va más allá de las interpretaciones convencionales y las generalizaciones ramplonas, explorando la riqueza y complejidad inherentes a cada objeto observado. En síntesis, el individuo incalculable piensa de otro modo, es inactual, intempestivo, siente, ama y vive de otro modo; por eso es un individuo peligroso porque se es fiel asimismo. Su mirada lenta es un arma poderosa. 


Una característica distintiva de este individuo es su mirar: aquel mirar es distinto, es educado. Sabe contemplar con veneración lo que no es él. Tiene la capacidad de observar el exceso de potencia ajena, incluso cuando esta es mayor que la propia, sin sucumbir a la náusea ni a la envidia, como dice Zaratustra. A mirar se debe aprender. Queda claro que en ningún momento se equivoca Nietzsche cuando en "El Ocaso de los Idolos" afirma que es necesario “acostumbrar los ojos a observar con calma y paciencia, permitir que las cosas se acerquen a nosotros”. El individuo súbito cree que comprende la realidad a nivel microscópico y telescópico, pero ¿es capaz de trascender lo dado, de ir más allá de las murallas de lo abstracto donde se refugia toda la ciencia moderna? Si fuera así, podría soportar ver toda la insensatez y miseria que imperan con un cetro de hierro en este mundo. ¿Qué ocurriría si este individuo pudiera ver? Sería capaz de resistir lo que el hombre superior mira. Quizás el no ver sea un mecanismo de defensa para evitar que su naturaleza se agote de manera más rápida.


Sabe escuchar, no solo la voz clarividente y el ruido mostrenco del otro y su sociedad, sino que además es capaz de escuchar con atención y respeto el lenguaje de la naturaleza: de los animales, de los árboles, del agua y de la tierra. Michel Foucault dice que “ante todo se podría decir que la naturaleza, el mar, el murmullo de los árboles, los animales, los rostros, las máscaras, los cuchillos en cruz, hablan; probablemente hay lenguajes que se articulan de una manera no verbal”. Desde lejos reconoce los susurros de los árboles, el murmullo del agua y la esencia de la tierra. No solo el ser humano dispone de lenguaje; hay que tener voluntad de escuchar para oír la voz de la naturaleza. "Nosotros somos parte de la revolución tecnológica, somos hijos de un gran progreso en donde la ciencia es nuestro mayor baluarte. Ya no estamos en la era de la superstición como lo estaban los medievales", así dicen los individuos del siglo XXI. Y sin embargo, no escuchan lo “No-yo”, la naturaleza.  


El sujeto predecible y calculable es necesario en los diversos campos que conforman el tejido social. Como individuo necesario en el ámbito económico, se le exigen una serie de responsabilidades, incluyendo participación productiva, consumo, innovación y emprendimiento, generación de ingresos, ahorro e inversión, cumplimiento de obligaciones financieras, flexibilidad laboral, contribución a la competencia y búsqueda de movilidad social. Se espera que contribuya activamente a la producción de bienes y servicios en la economía, ya sea como trabajador, empresario o emprendedor. Debe adherirse al consumismo, ya que el éxito del sistema económico capitalista depende del consumo exagerado de bienes y servicios para mantener la demanda y el flujo de dinero en la economía. Acepta ceder su capacidad teórica y práctica para innovar, emprender y crear nuevas oportunidades de negocio, con el simple propósito de impulsar el crecimiento económico. No contempla su propio proyecto, sino que se dedica a generar ingresos mediante el empleo, la inversión u otras actividades económicas. Se espera que ahorre parte de sus ingresos e invierta en actividades productivas o instrumentos financieros, contribuyendo al desarrollo económico. Considera el cumplimiento de obligaciones financieras, como el pago de impuestos y deudas, como un acto enriquecedor y valioso para su identidad. Cuánta superstición encierra esta creencia. Está dispuesto a adaptarse a los cambios en el mercado laboral y adquirir nuevas habilidades para mantener su empleabilidad. La competencia entre individuos y empresas es esencial para la eficiencia del sistema económico, ya que, según se cree, impulsa la mejora continua y la innovación. Este ingenuo cree que el sistema económico ofrece oportunidades reales para que el individuo mejore su situación socioeconómica a través del esfuerzo, la educación y los logros personales. 


¿Qué es el individuo incalculable? De él se podría ofrecer un granero atiborrado de datos e información sin embargo yo me limitaré a decir que es un clavo de punta para los pies descalzos del Estado, un polo Norte para la religión cristiana, una borrasca eléctrica impetuosa para la academia apolínea, un ácido muriático en la herida moral, una caja fuerte repleta de activos financieros hundiéndose en un espeso mar negro para la economía crematística y capitalista, un ratón logrando escapar de las garras afiladas del gato montés de la política, Roque Dalton escapando de sus verdugos, eso y más es el individuo incalculable; este individuo ha bebido de todos los posos de la virtud, y ha danzado con la alegría y la tristeza, quien más que él puede ser el sentido y la razón en esta época decadente. 


Esta mano pálida y delgaducha, que me posibilita escribir en este pedazo de papel bond; estos ojos color café, que me permiten observar lo lejano y lo cercano, el espectáculo nocturno en el firmamento, el azul del cielo y las montañas, los pájaros que sobrevuelan las alturas del pueblo de Walt Whitman y este montón de cosas en mi habitación, esta pierna derecha moviéndose de modo constante debido a mi ansiedad natural y todos los miembros que forman parte de mi cuerpo son razones o, más bien dicho, pretextos de la vida para perpetuarse en este devenir constante. El cuerpo, no hay que olvidarlo, no es más que un cadáver disputado por una jauría de hienas; este es una marioneta de estas fuerzas de la naturaleza. 


Al igual que Nietzsche, me planteo la misma interrogante: ¿por qué triunfa la vida reactiva sobre la vida activa? ¿Por qué los bufones tienen éxito y una vida llena de reconocimientos inmerecidos, mientras que los individuos más excelsos viven como fantasmas y carecen de reconocimiento alguno? ¿Acaso en la actualidad no ocurre lo mismo? ¿Quiénes son los más vistos, los más millonarios, los más escuchados y los que viven en el derroche y la exuberancia? ¿No son las figuras políticas, los artistas urbanos, los deportistas y toda esta sarta de bufones y moscas venenosas los que se embriagan con dinero?


Dificultades económicas, exilio, enfermedades y problemas de salud, falta de reconocimiento en vida y muerte prematura son solo algunos aspectos desafortunados y trágicos de la vida personal de Marx. Es sabido que luchó constantemente con problemas financieros. Su trabajo como periodista y escritor no siempre generó ingresos suficientes para mantener a su familia. Debido principalmente a sus convicciones políticas y actividades revolucionarias, fue expulsado de varios países europeos. No le quedó más remedio que vivir en el exilio en ciudades como París y Bruselas, y finalmente se estableció en Londres, donde pasó la mayor parte de su vida adulta.


Para colmo, sufrió de diversos problemas de salud a lo largo de su vida, incluyendo problemas respiratorios, migrañas y dolencias digestivas. Estos problemas de salud a menudo lo debilitaban y afectaban su capacidad para trabajar de manera constante. Su obra, que consistiría en varios tomos, nunca se cristalizó. La grandeza de su obra intelectual y praxis vital es indiscutible, sus propios enemigos lo aceptan a regañadientes, y su trabajo ha tenido un impacto duradero en la teoría económica y política. Sin embargo, Marx no recibió un reconocimiento significativo durante su vida. Sus obras y teorías fueron ampliamente debatidas y criticadas, y no logró ver el alcance completo de su influencia en su tiempo. Marx murió a la edad de 64 años, en 1883, bastante joven en verdad. Su muerte fue precedida por una serie de problemas de salud y una lucha constante con la pobreza.

 

Estas estrellas de mentira nadan en el dinero, pero Marx y Espinoza, ¡ay!, cuánto sufrieron en vida estos individuos. A Marx se le murieron algunos hijos de hambre y frío, literalmente. Sin embargo, Bad Bunny ni en varias vidas podría gastarse su patrimonio económico. ¿Es este el gran progreso musical, artístico y moral de este siglo? Nos creemos moral, intelectual y psicológicamente superiores a los del medievo. ¿Lo somos? Estoy plenamente seguro de que estos artistas urbanos en el Renacimiento ni siquiera servirían como bufones. ¿El hecho de que esta gentuza sin ningún tipo de educación o refinamiento goce de las mieles de la economía hasta el despilfarro, es ese el gran progreso? Me opongo con vehemencia a esta locura superlativa; esto es un atropello a la vida activa, alegre y creadora. Esta decadencia escandalosa me faculta para decir que este suelo que pisamos, esta comida que consumimos, este aire que respiramos, esta agua que bebemos, este ruido monstruoso que nos impide escuchar lo ontológico, todo está contaminado. No puedo ser parte de este manicomio colosal en el que se ha convertido la sociedad posmoderna sin hacerlo notar, sin gritarlo a los cuatro vientos. No puedo acostumbrarme a vivir como si nada estuviera pasando, como si todo estuviera normal. Me sentiría culpable si no denuncio a estas moscas venenosas del mercado. Su zumbido monstruoso es el alimento con el que nuestros jóvenes alimentan su pobre y ya casi difunto espíritu. No puedo hacer filosofía académica en este suelo venenoso. Los profesores de filosofía siguen impartiendo cursos sobre Hegel, Kant, Heidegger, Platón, Aristóteles y muchos otros filósofos. Pero ¿quiénes están determinando el espíritu de la juventud en la actualidad? ¿Son esos filósofos o son estos individuos reactivos y pobres de espíritu en grado sumo? ¿Cómo puedo decirle sí a la academia y dejar que el espíritu tardomoderno agonice en manos de estos mercenarios de la cultura? Ante estas moscas y sus bufones, soy todo boca y cero oídos. No hace mucho se oyeron tambores y vítores porque estrellamos los grandes ídolos contra las rocas, pero ahora celebramos a estos idolitos, a estas figuras de papel listas para ponerles fuego. ¿Cómo es posible que espíritus tan refinados, tan excelentes, tan dignos de toda alabanza, hayan tenido que vivir en la mayor pobreza y miseria económica, mientras que estas moscas y bufones nadan en dinero y los ceros de sus cuentas aumentan a la velocidad de la luz? El mercado de hoy día son las redes sociales; ¿cuántas moscas, cuántos payasos habitan allí?¿Será que mi voz es  la única que se deja escuchar en este cementerio siniestro? Aquí todos parecen descansar en paz mientras mis oídos sangran a borbotones; ¿será que estos zombies sin conciencia no pueden tomar otra dirección que no sea la que apunta al dinero, la fama y el sexo; son tan básicos, tan predecibles; ahí es donde el individuo incalculable vale oro. Aquí no vengo a hablar de estadísticas, vengo a hablarles al orgullo. ¿Se creen sabios e inteligentes y lo son? Estamos en un desierto, y que hacemos por salir de aquí.


¿Qué me importan a mí los seguidores de Messi o de Cristiano Ronaldo? Sus palabras son ruido estridente. Y de qué sirve que este mundo sea tan avanzado en lo tecnológico y científico si vamos a estar arrodillados ante el más grande sinsentido que jamás haya existido y concebido el ser humano. Ni el hombre más bajo de la Edad Media podría haberse imaginado un artista urbano.


Este individuo incalculable es un sujeto disconforme; ¿quién, con un poco de honestidad intelectual y virtud moral, puede sentirse a gusto en esta locura superlativa? Estos artistas urbanos son la expresión más elevada de la decadencia y la miseria musical, no merecen ninguna atención; son perversos, sin ningún tipo de refinamiento y sus letras son desagradables, afortunadamente para ellos la mayoría de individuos calculables y robotizados no encuentran sus cacofonías como desagradables e hirientes para sus oídos. Pero viven bien, incluso mejor que los hombres racionales y de ciencia. ¿Cómo es posible que espíritus tan refinados tengan que vivir en la pobreza mientras estos gozan de la sobreabundancia? No es el resentimiento lo que anima estas líneas, sino más bien ellas son un llamado a la cordura y  a la sensatez. Los hombres decadentes no dirán nada, pero los decentes sí, muchos trabajan demasiado, pero éstos rufianes recogen el dinero del suelo como frutos maduros que caen de los árboles. 


Estos individuos saben que detrás de los principios y enseñanzas de la religión, lo que se esconde verdaderamente es la voluntad de verdad, una voluntad enfermiza que tiene miedo de manifestarse de manera activa. Nadie los engaña en esto: tener una conexión espiritual y una relación personal con lo divino es dejarse arrastrar hacia la nada. Las prácticas religiosas son mecanismos vulgares para domesticar el espíritu. Las instituciones religiosas esperan que los individuos participen en prácticas religiosas y rituales, como la asistencia a servicios de adoración, oraciones, meditación y celebraciones religiosas. Cuanto más piensan en el cielo, más se alejan de la tierra, de sí mismos, de los otros y de la naturaleza. Un conjunto de valores morales y éticos promovidos por la religión no son liberadores, son peligrosos.


A modo de síntesis, esto es lo que, a grandes rasgos, se ha dicho sobre el individuo incalculable. El individuo incalculable, ante la dictadura de lo igual, reafirma su diferencia ontológica. Su vida transcurre en una constante resistencia a la homogeneización y la uniformidad impuestas por las normas y estructuras sociales. Preservar su singularidad y complejidad, en un mundo que valora la previsibilidad y la eficiencia, se convierte en un imperativo categórico para él. Rechaza ser definido o controlado por las instituciones y discursos de poder, eligiendo crear, desde su praxis libre, sus propios valores y forjar su propio camino en la vida. Por su coraje y fortaleza espiritual, trasciende las limitaciones impuestas por las normas culturales y las estructuras de poder. Ya sea como el "superhombre" de Nietzsche o como un individuo que desafía las categorías predefinidas en Foucault, este individuo busca elevarse más allá de las convenciones establecidas. El sujeto incalculable respeta el "No-yo", lo que se manifiesta en una profunda conexión con la naturaleza y el entorno. Se opone a la alienación causada por la sobreestimulación digital y la aceleración de la vida contemporánea. Este individuo, como caso afortunado de la naturaleza, critica la sociedad del rendimiento y la obsesión por la visibilidad y la productividad en las redes sociales. Este individuo considera que el exceso de autoexposición y la pérdida de intimidad obedecen a una voluntad de poder mal canalizada. Quien es incapaz de ejercer su voluntad de poder en acciones verdaderamente desafiantes se conforma con experimentar el poder en píldoras. Este individuo forja su propio camino desde su operar libre y crea valores que afirman la vida. Por lo mismo, se convierte en una piedra en el zapato de la lógica de control impuesta por las estructuras de poder.



Bibliografía 


Espartaco, P. (s. f.). El Ocaso de los Ídolos Federico Nietzsche. Recuperado de http://juango.es/files/El-Ocaso-de-los-Idolos.pdf


Nietzsche, F. (s.f.). Así habló Zaratustra. Recuperado de https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/asi_hablo_zaratustra_nietzsche.pdf


Nietzsche, F. (1999). Schopenhauer como educador. En Tercera Consideración Intempestiva(Trad. L. Moreno Claros). Valdemar. Recuperado de https://pasionytinta.files.wordpress.com/2013/04/nietzsche-friedrich-de-schopenhauer-como-educador.pdf


Russell, B. (1977). Por qué no soy Cristiano (J. Martínez Alinari, Trad.). EDHASA. Recuperado de https://laicismo.org/data/docs/archivo_365.pdf



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