sábado, 9 de mayo de 2020

La corrupción política: ¿por qué Nayib Bukele es corrupto?

Imagen de congerdesign en Pixabay 



El Salvador sigue siendo, después de mucho tiempo de haberse constituido como una nación soberana, un país extremadamente pobre política, económica y culturalmente. Surge, pues, la pregunta, y con justa razón, ¿Cuál es el origen, el porqué, de esa miseria interna y externa? Es fácil sentirse tentado a esgrimir una opinión somera, como se suele hacer en las conversaciones cotidianas, pero hay momentos en los que hay que hacer un esfuerzo mayor para dar una respuesta objetiva, científica, en el sentido dialéctico.
El origen de todos los males en nuestro país es —y esta idea se aclarará en los párrafos siguientes— “la corrupción de lo político”. De hecho tomo esta idea de Enrique Dussel, de su libro 20 Tesis de Política. Debido a la estrecha compresión que se tiene del concepto de corrupción, es fácil, en este caso, caer en la superficialidad y pensar que se sabe lo que ésta es. 
Es común pensar que la corrupción es la acción estrictamente empírica que tiene como fin debilitar la virtud mediante un acto indebido. Mas esa es la corrupción en acto, pero ésta tuvo su génesis en el corazón de un singular; pero no siempre es actualizada en el accionar de un ser humano o de un funcionario. 


El problema con la mayoría de los que han sido y son políticos en el país, es que antes de ser políticos activos, ya eran corruptos en potencia. Llegar al poder solo actualiza esa semilla existente en su mente y corazón. Un ejemplo de ello, por decir algo, es el fmln.


 Pues bien, habiendo dicho esto, analicemos pues por qué se sostiene aquí que Nayib es un fetichista. Sería preciso aclarar esto: no pretendo con esta publicación seguir con el juego panfletario de los que se creen más pensantes que los de Nuevas Ideas, aunque sus argumentos no lo reflejen, quiero hacer algo más serio, pensado y rumiado por lo menos. Propongo, pues, aquí un planteamiento. Espero con ello invitarlos al debate.


La sede del poder


La sede del poder — y esto hay que explicarlo claramente para evitar equívocos— reside únicamente en la comunidad política, el pueblo o técnicamente dicho la potentia (potencia). Esta es la categoría fundamental del campo político según Enrique Dussel. Pero, a pesar de ser la potentia la sede del poder, ese poder es indeterminado, es necesario que de ser poder en sí, no determinado, se convierta en poder fuera de sí. A saber, tiene que alienarse en la potestas, de no hacerlo se quedará en la pura indeterminación, en la anarquía (el anarquismo tiene miedo alienar su poder en sí en la potestas), algo definitivamente inútil e inoperante como se ha demostrado en el curso de la historia. 


La comunidad viviente para poder sobrevivir, preservarse, mantenerse y extenderse creó instituciones de todo tipo. Una de ellas, por ejemplo, que es de una complejidad enorme incluso más que la del el mercado, es el estado, una macro institución. Pero lo único que hace valiosa a una institución, como la del estado o cualquier otra, es el hecho de ser un mero medio para obtener un fin específico: el de poder afirmar y posibilitar la vida de la comunidad política viviente. Así que el poder como potestas debe únicamente dedicarse a cumplir su función: posibilitar la vida y la felicidad, lo más que se pueda, de la comunidad política, la potentia (potencia). En palabras simples: la potestas, la manifestación empírica del poder de la potentia, la fuerza de la potentia determinada en instituciones sociales y políticas, es, a falta de atinar una mejor palabra, una creación del ser humano para hacer su vida más fácil, por tanto la potestas es útil sólo si está al servicio del pueblo, de lo contrario pierde toda utilidad.


¿Qué es la corrupción política?


La corrupción política consiste básicamente en suponer que la sede del poder político reside en el que se desempeña como funcionario o en la institución donde éste opera. La corrupción comienza precisamente cuando se absolutiza lo fundado o lo relativo y se olvida del fundamento donde descansa lo relativo. Lo relativo, en este caso, es la institución, aquella es solo un simple medio, pero si al medio se le toma cómo un fin —como sucede con casi todos los políticos que ven a la institución como un fin que les permitirá mantenerse en el poder para afirmar no la vida del pueblo sino sus fines particulares— entonces se está en corrupción política. 

Cuando se piensa en la posibilidad de poder des-relacionarse de la base o la sede y afirmarse como independiente y como lo último, en ese preciso momento comienza la corrupción. Así que los desfalcos o las malversaciones de los fondos de una institución son sólo manifestaciones positivas posteriores de lo que en potencia ya estaba.  En el acto de robar o de acosar sexualmente a una mujer se actualiza externamente lo que en potencia ya existía, a saber, la corrupción interna. La corrupción, antes de ser un hecho empírico, era ya una realidad subjetiva, que se actualiza en el acto del corrupto.

 El funcionario al utilizar el poder para hacer algo que no es beneficioso para la vida de la comunidad política, es un corrupto actualmente, al hacerlo actualiza su maldad potencial.  Existen muchas personas que no son corruptas actualmente porque no tiene algún tipo de acceso al poder.


El fetichismo de Bukele


Si Nayib Bukele es un corrupto, es, sin duda, fetichista. Con base a la definición dada, es claro que él   es corrupto; es un corrupto en el sentido que le damos al concepto en este ensayo. Es corrupto porque en vez de afirmar la vida del pueblo de manera decidida, le ha dado las migajas; los bonos de los $ 300, los cuales fueron entregados a un cierto número de personas, pero no a otro gran número de personas, son sólo migajas para paliar un poco la crisis que enfrenta la comunidad política, pero esas migajas saldrán, con la deuda que habrá que pagar, bastante caras.  Mas —y esto es lo que indigna— para ayudar a los ricos de la empresa privada, que son los que esquilman al pueblo y a la clase obrera, gracias a la mediación y negociación en secreto de su hermano con ARENA y la ANEP, endeudó con mil millones de dólares más al país; esa deuda no se pagará tan luego y la pagará, que no se le olvide al pueblo en general, la clase trabajadora no sólo con dinero, éste es solo una determinación del capital, sino con la vida. 

Ponerse de lado de la burguesía y de éstas empresas que por su incapacidad y falta de tecnología son inútiles para competir en el mercado internacional y por tanto explotan a sus trabajadores, a los que todavía tienen ese privilegio como dice Franz Hinkelammert, para poder sobrevivir en la lucha a muerte de los capitales quedándose con el plus valor absoluto no el relativo, es un acto fetichista, pues su deber es afirmar la vida de la potentia, la vida del pueblo, que es de donde se origina la clase obrera que con su trabajo creará desde la nada del capital el valor del capital, pues el capital es trabajo vivo objetivado, y sin vida objetivada no hay valor y el capital, como sostiene Dussel, es el valor que transita por todas sus determinaciones. 


Así que ponerse a favor de una burguesía mediocre e incompetente y olvidar el fundamento del poder político, la potentia, constituye un acto de evidente fetichismo. Al hacer eso Bukele, absolutizó lo relativo y olvidó lo absoluto.  Por lo tanto, no resulta necio o superficial sostener que, por lo que hasta ahora ha realizado como presidente, es un fetichista de primer orden.


Todo corrupto, por su incapacidad cognitiva de reconocer dónde realmente descansa el poder real, fetichiza el poder. Bukele, con base a la definición que hemos dado del concepto de corrupción y por la forma de aplicar el poder como dominación sobre las masas en el sentido de Max Weber, es un corrupto. 


No es novedad que Bukele ocupó militarmente la asamblea, que ha aplicado medidas extremas que vulneran evidentemente los derechos humanos para contener supuestamente el temido covid19, ha generado campañas de desinformación, mediante el uso de medios panfletarios que denigran, difaman y acusan infundadamente a los que no comulgan con su ideología, aprovecha la crisis para asegurarse el futuro político y muchos otros movimientos políticos que demuestran a las claras que utiliza el poder no para beneficiar a la comunidad política sino para engordar su ego y su fama. 


Por la forma como busca obtener sus intereses políticos e ideológicos, a veces de manera autoritaria, arbitraria y gratuita, es evidente que Bukele fetichiza el poder. Gracias a su discurso, repleto de toda clase de falacias y contradicciones internas, ha logrado manipular la opinión pública a su favor, sobre todo la de la clase menos cultivada, no hay que olvidar que no es un número menor. 

Pero, con todas las cosas que han sucedido recientemente, las mediadas desmedidas que ha tomado para contener el covid19, las predicciones apocalípticas y las polémicas innecesarias en las que se ha visto envuelto, es posible que dentro de poco su popularidad descienda totalmente. 

De una persona que ha fetichizado el poder y que lo utiliza no para negar las realidades que niegan la vida plena y feliz de la comunidad política, es fútil tener una esperanza,   su corazón, suponemos, está allí donde habita el capital y la fama.
Ningún corrupto, por su fetichismo, puede reconocer el poder que existe, que no se ve, en la potentia. Pues eleva un término y olvida la relación, la relación no se ve, pero existe. Pensar que una hija es, sin tener madre, hija, es fetichismo.

 El concepto de hija está en el de la madre, y su relación es de maternidad, sin embargo la maternidad nadie la ve, pero pensar que la madre es madre sin hija o que la hija es hija sin madre sería romper la relación y elevar un término sea el de la madre o el de la hija, pero en ambos casos es fetichismo. 
En el caso de Bukele como es corrupto, por más que diga o lo quiera, no puede reconocer el poder creador que existe en la potentia. Pues ningún corrupto puede, si antes no enmienda su error y decide cambiar verdaderamente, solidarizarse con el sufrimiento del pueblo.


El fetichismo del pueblo


Pero esto no es todo. Si una comunidad política, como sucede actualmente con un gran número de los que constituyen la nuestra, acepta a un corrupto es, por la irresponsabilidad y la tolerancia para con un corrupto, fetichista. Nuestro pueblo, no en su totalidad pero sí en un gran número, acepta a un corrupto como Nayib; alaba su gestión y lo considera como un verdadero presidente del pueblo. 

Pero, por avalar a un presidente que invierte el significado positivo del poder y lo toma como la voluntad de poder de Nietzsche, deformando y degenerando así la posibilidad de afirmar genuinamente la vida de la comunidad política o el pueblo, éste es fetichista. Por lo tanto, el fetichismo es doble: es del presidente y es del pueblo. Así que, por el bien de nuestro país, es preciso que el pueblo reconozca su error y lo enmiende. Al final si no lo hace, su escuela seguirá siendo, como siempre lo ha sido, el sufrimiento.   

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