Párrafos gratuitos de un enamorado
Aunque desearía que sintieras las emociones, bravas e impetuosas corrientes que nublan mi juicio, tú no podrías experimentarlas, son mías. Quisiera compartirlas, pero no son interesantes. O tal vez resultarían peligrosas para ti. Sé que no está bien, que no debo arrastrarte a este raudal de sentimientos feroces que habita justo debajo de la carne que cubre mi pecho. Pero soy tan frágil como la Hemerocallis, ese lirio de día que, por un designio gratuito y caprichoso, extiende con majestad sus pétalos al amanecer y se marchita, sin derecho a apelación, al atardecer, guardando emociones. Demasiado pesadas las siento, como hormigón fraguado, como el aire de una iglesia, y amenazan peligrosamente con romper mi odre de barro. No quiero quebrarme; quiero estar entero para ti, quien se detiene ante lo trillado, lo quebrado, lo pulverizado.
Yo desearía no sentir y guardar para mí esta constelación de emociones cavernícolas, tragándome completamente el amargo elixir de tu ausencia. ¡Ay, cómo duele! Si tan solo pudieras leer cada línea y experimentar el fuego que me consume; lo siento sobre todo en mi pecho, el cual impulsa mi mano a describir tal cosa. Sí, víctima y verdugo soy. Yo mismo calenté, de modo rupestre, el Toro de Falaris y luego me metí en la estatua de bronce para cocinarme a fuego lento. Me admiro por ser capaz de perfeccionar mi técnica para autotorturarme a medida que tu ausencia se prolonga. Estar sin ti y albergar en el alma esta descomunal borrasca de sentimientos peligrosos duele, duele como las espinas en los pies descalzos, como la traición de un amigo, como la bofetada de un insulto de tu ser amado; como todas las cosas que quisiera escribirte y no pasan de lo inefable.
Mi ser está desmembrado en pedazos imperceptibles, y tus ojos no se posan en mi charco de lágrimas marchitas, por el dolor que me azota como viento de diciembre en el polo norte. Me siento como vidrio machacado. ¿Qué fuerzas extrañas han venido en mi auxilio para reconstruir y juntar las piezas desperdigadas de mi descuartizado cuerpo? Para dar sentido y forma han venido; unas me dan plumas, otras, tierra, y me dejan en pie.
¿Cómo hacerte saber, sin que lo sepas, que te pienso, que eres mi única alegría; que solo tu sonrisa colosal le da a mi vida desfasada un aire, un aliento? Corazón, no gimotees, que en el viento viene el único beso que tanto querías...
Desangraré y lapidaré este segundogénito, en esta poesía, en este jardín sin historia, en tus palabras y gritos sin término, en ese deseo sin memoria; en esta palabra sin rumbo, sin camino. Nadie sabe que la fuerza de mi endeble poesía, que aflora sin que yo quiera, es tu sonrisa de jardín...
El amor es un entregarse completo en el cual no se guarda nada. Es soltarse de la comodidad, sobreponerse al miedo. Un entregarse que desgarre hasta las entrañas más duras; un insensato derroche de economía libidinal. Es como dejarse caer de un octavo piso con dirección a la nada, a la muerte. El amor es un entregarse hasta que duela, es como correr a gran velocidad por un cuchillo colosal y bien afilado. Es conseguir segundos de alegría para aliviar penas milenarias.
Esta lluvia me da paz. Me traslada a otros tiempos, me recuerda otros sentimientos, otras disposiciones internas: aquella soledad de mi habitación, aquella salada y caprichosa lágrima, la lectura de Ellacuría, las letras abstractas y pícaras de Silvio Rodríguez, el café negro en mi escritorio, la computadora, la ventana que me permitía ver aquel paisaje de casas y árboles gigantes de Jamaica, Nueva York. No veo esta lluvia, aunque la veo y la disfruto como si fuera la última. Veo todas las lluvias en esta lluvia suave, cuánto poder tiene para embriagar a esta sensibilidad de artista pero honestidad de filósofo.
Hoy, en presencia y a salvo de esta lluvia de octubre, le escribiré una elegía a la voracidad de verte, a la faena de no rumiar en ti, al colofón de dejarte en el tintero. Solamente un libro, una guitarra, y un buró han probado lo salino de mi lágrima, el optimismo bello de tu irrupción. Tengo una amante como lágrima, una quimera para verte, y un dolor como canción, ¿qué más le pido a la vida? Tú bastas.
Te cuento que la soledad, el miedo, la angustia y el dolor, es decir, el amor, están acechando las fortalezas de mi ser. Sus arietes, en pérfida jauría, están avanzando: se encuentran a escasos estadios de las puertas que resguardan a mi fatigado espíritu. Si no tomo acción, pronto pasaré de ser un oasis libre a un charco monopolizado; y su éxito, si la dinámica permanece constante, parece estar asegurado. Es un ataque sistemático, sin tregua y sin piedad; nada resulta gratuito en su estrategia.
Este es el tributo que debo pagar por no haber tenido la suficiente fortaleza para evadirme de la vorágine de tu seducción. Aún mantengo fresca la pintura del recuerdo cuando, por vez primera, le di cabida a esa pequeña e indebida emoción que, sin fundamento alguno, se erigió como una pared de ladrillos de barro en las orillas de una playa; ahora se ha transformado en una cárcel ridícula para mí.
Cuando visité la fortaleza de tu ser, allí no había nadie; pensé que sería fácil conquistarte. En mi mente, te tenía en mis manos. Supuse que no prestarías resistencia y que vendrías sin acompañantes al palacio. Y, sin embargo, tú vienes con un ejército colosal artillado de soledad, miedo y angustia. ¿Cómo esperas que te deje instalar en mi mundo con semejante compañía? Y si lo hago, ¿sería eso amor o estupidez? Los tres, la soledad, el miedo y la angustia, el amor, causaron estragos en mi mundo hace ya unos cuantos diciembres, daños que por un momento creí que serían irreparables. Quiero dejarte entrar, tú lo sabes mejor que yo. ¿Acaso alguien te ha mirado como yo antes, te ha hablado, escrito y deseado como lo hace este vil Galeote? No.
La verdad ni sé por qué escudo con tanta pasión este regazo. La verdad, siendo objetivo, ya es un montón de ruinas. Tus arqueros no fallan tiro. ¿No sé por qué quieres conquistarlo? ¿Será para llenar tu ego colosal?

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