lunes, 29 de julio de 2024

Los cristianos contra Nietzsche

 

Los cristianos contra Nietzsche


A Nietzsche no le gustan los apologistas. Lo sé. Pero acusar a Nietzsche de locura, como hacen frecuentemente algunos cristianos para descalificar su obra, es una maniobra de cobardía y miopía intelectual que raya en la difamación. Nietzsche, aquel titán —coloso como Sócrates y Aristóteles— del pensamiento que osó mirar más allá de las sombras platónicas, más allá de las valoraciones habituales, cuya pluma desnudó las gazmoñerías morales y religiosas de su época, no es comprendido ni por su aparente trastorno ni por sus tormentos personales. Pienso que es deshonesto deslegitimar su aporte al universo filosófico por su desafortunado colapso mental. En el mundo de la literatura hay muchos casos. Yo devoro con fruición las obras de Virginia Woolf. Pretender desestimar la profundidad de sus ideas por las borrascas, impetuosas y salvajes, que azotaron su mente es totalmente absurdo; nadie rechaza la belleza de una sinfonía por las tribulaciones del compositor.


Es especialmente irónico que sean los cristianos quienes intenten invalidar su filosofía bajo el pretexto de su salud mental, ya que su crítica principal se dirigía precisamente contra la moral cristiana y su sofocante influencia en la libertad y la creatividad humanas. Evidenció su moral nihilista y su odio descarado contra todo lo bello, lo fuerte, lo grande y lo sublime. Este ataque no solo es una falacia ad hominem, sino también un acto de profunda injusticia. Es ignorar la valentía con la que enfrentó sus demonios internos, y la luz que, a través de sus escritos, ofrece a aquellos que buscan comprender la naturaleza humana más allá de las limitaciones de la tradición y la superstición. Me satisface saber que al invocar su locura como un escudo para no enfrentarse a sus ideas, se revela no la fragilidad de Nietzsche sino la cobardía de sus detractores cristianos, incapaces de sostener la mirada ante la cruda honestidad de su visión.


Descalificar a Nietzsche por su estado mental es intentar esconder la incomodidad de una crítica que penetra profundamente en las raíces de la fe cristiana. Nietzsche removió, con la serenidad de un filólogo, el subsuelo metafísico del judeocristianismo y de la fría ciencia de la naturaleza. Eso es algo que no le pueden perdonar sus detractores. Es obvio que es un intento desesperado, como gato panza arriba, de preservar una moral que Nietzsche no solo desafió, sino que expuso como una forma de esclavitud espiritual. Enfrentarse a su obra no requiere menos que un acto de valentía intelectual, algo que, tristemente, estos críticos parecen carecer.


Víctor Salmerón

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