domingo, 20 de junio de 2021

Religión y mentira

Religión y mentira hombre budista

Nadie quiere morir. Supongo que tampoco aquel que decide poner fin a su extenuada existencia, negando de ese modo a su “corporalidad-subjetividad viviente” y a la sustancia que anima y hace factible los incendios colosales que le queman el corazón y las borrascas tempestuosas que confunden su lúcido pensamiento y atentan contra la paz de su memoria. Éste también quiere vivir, teme desaparecer; después de pasar desapercibido, de ser un ser invisible, sufriendo en soledad sus enormes grietas y cardenales interiores, para el mundo externo, anhela permanecer por lo menos en la endeble y lánguida memoria colectiva de sus parientes y amigos. La muerte es algo que ningún ser humano está deseoso de que acaezca en los estadios más tempranos de su existencia, ni en ninguno; su ego está demasiado erguido y despegado de la tierra para aceptar que aquél tiene un fin, que es finito.

La religión desde hace muchos siglos se ha  aprovechado de esta debilidad y orgullo humanos y promete de forma gratuita la eternidad, al menos la cristiana, así lo hace.


La realidad en la que se despliega la naturaleza compleja


La realidad en su crudeza, brutalidad e indiferencia, sin filtros, tal como es, y desprovista de toda prenda, no es fácil de soportar. Mirarla fría y objetivamente constituye uno de nuestros mayores temores, si no me creen consulten los escritos filosóficos de Platón. Casi nadie le gusta ir al doctor, el conocimiento de un diagnóstico poco favorable podría mandar a un sujeto a la tumba antes de tiempo. Es que, aunque se niegue, los seres humanos o naturalezas complejas como aquí se les denomina están en general inclinados a aceptar la mentira con mayor facilidad, lo que no se ajusta a sus disposiciones internas suele ser evitado. La verdad es que la realidad cuando se vuelve muy pesada, no es fácil de soportar.


La popularidad de la mentira


Por eso no es de extrañar que 2.400 millones (32%) de los 7,300 millones de habitantes de la tierra se declaren como cristianos, esto pone de manifiesto que un número bien grueso de personas no quiere enfrentar la realidad tal como es, prefieren la mentira, prefieren creer, no pueden dudar, prefieren el dogma. El ser humano en general se siente más cómodo en el terreno del dogma pues aquel le suministra cierta paz mental que busca desesperadamente en este ring existencial sin árbitro.


El origen posible de la religión


Resulta fácil suponer que la religión surgió debido a la incapacidad de los hombres y mujeres para aceptar adultamente que con la muerte, ese precipicio infinito donde se despeña el espíritu, se produce el fin definitivo de la conciencia; evento que no ocurre en un momento indicado y preciso de la vida, nunca se está preparado para él, por eso la mayoría de los seres humanos le teme tanto. Considero pertinente decir que fue el miedo a la muerte, al fracaso, y a todo lo feo e indeseable que existe en la naturaleza lo que originó el sentimiento religioso y la religión organizada a la postre; ese miedo cobarde individual y colectivo es lo que ha hecho posible los delirios milenarios y las empresas descabelladas de la religión.


La naturaleza de la religión: la mentira


Si el ser humano no está inclinado a la mentira más que a la verdad, como ya se mencionó atrás, cómo se explica entonces que seis de cada diez personas sean religiosas. Sólo alguien incapaz de aceptar con espíritu adulto la realidad cruda y como es puede ser religioso; no necesariamente se dice que se convertirá en un fanático, pero el terreno religioso es suelo ideal y dorado para la gente incapaz de integrarse sanamente a la sociedad. 


Si la religión se aceptara como una mera ficción, que es en efecto eso y nada más, una más de las muchas qué hay en el mundo, y sus creencias religiosas, dogmas, libros y normas de comportamiento sin ningún sentido trascendente; en fin, una simple convención humana para consolar el absurdo, al que se trata de dar sentido de diversas formas, que es la realidad, no sería tan perversa. La perversidad de la religión no estriba en su carácter mitológico y falaz, sino más bien en que siendo un mito y una estafa descomunal pretende hacer pasar como ciertas las necedades abundantes de sus libros y manuales teológicos. Es esa pretensión de verdad, cuando se sabe a kilómetros que es mentira, lo que incomoda a una naturaleza compleja con un razonamiento normal.


Apatía hacia la verdad ontológica


Si existiera un interés genuino y generalizado entre las masas por alcanzar la verdad tal como es y debe ser y por compatibilizar con la realidad, que en cierto modo los determina, muchos países de la periferia del mundo no serían tan religiosos. Casi siempre los individuos religiosos justifican su creencia apelando a los supuestos fracasos de la ciencia para responder de manera adecuada a las grandes preguntas e inquietudes existenciales; se sienten defraudados por la ciencia, quieren que aquella esté a la altura de sus expectativas emocionales, de sus pueriles anhelos; en todo caso para no buscar limones en el peral se debe tener bien claro lo siguiente: ésta se limita a descubrir las leyes y los principios más generales que gobiernan los fenómenos de la realidad, constituye un ingente esfuerzo por comprender, sistematizar, clasificar y explicar la naturaleza de los fenómenos a la luz de la razón práctica; es, en esencia, un acercamiento frío, calculado y desapasionado a lo óntico. Se considera como científico a un saber que ha sido obtenido mediante el uso riguroso del método científico; es una visión-descripción lo más objetiva posible del mundo positivo. 


Resulta extraño después de todos los reveses y bofetadas bien dadas a la “razón religiosa”, a saber, a sus pueriles dogmas que los siguientes países sean tan religiosos; Nigeria (97%), Kosovo, India, Ghana, Costa de Marfil, Papúa Nueva Guinea (todos con 94%), Fiji (92%), Armenia (92% ) y Filipinas (90%) están bien dormidos y cocinándose a fuego lento en las cacerolas rupestres de la religión. 


Esto demuestra a las claras que un gran número de seres humanos, por más que lo niegue, les gusta más creer que dudar. Es que dudar es mucho más difícil ya que implica investigar, analizar, clasificar y determinar hechos y eventos mundanos. Si los seres humanos adoptaran un criterio mínimamente científico habría mucho menos creencia de la que existe y, por lo mismo, menos miseria y sufrimiento objetivo y subjetivo.

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