lunes, 14 de septiembre de 2020

Cuando quería ser poeta

La ley de la eutanasia: una bofetada más a la Iglesia Católica por Víctor Salmerón


La mañana 


Ahí, veo la mañana recién bañada, con los ojos bien abiertos, con las manos laboriosas y con la lucha en su envés. Su hermosa mirada domina lo indomable y su abrazo abarca lo imposible.


Lastimosamente, la veo luchando contra su suerte, está llorando, sus ojos se vuelven frenéticos y sus manos delicadas florecen silvestres, su lucha se hace feroz, su linda mirada  fenece y empieza una mirada de odio, de guerra, no abraza, quema.


La mañana, oh increíble deliciosa, se va siempre. Viene y me deja con un nudo indescriptible, amargo, inapropiado, infeliz, ridículo, en mi garganta de crío bueno.


Sin importar mis desventuras emocionales con ella no me rendiré, lo prometo, la buscaré: en las piedras románticas prehispánicas, en las selvas de África, en los manteles salvadoreños, en los diarios del pudiente, en la sonrisa sincera, en la mirada inocente del impúber, en todos los lugares concebibles e inconcebibles en el intelectual de papel.


COMO HACERTE SABER

 


Como hacerte saber, sin que sepas, que te pienso, que eres mi única alegría; que sólo tu sonrisa colosal le da a mi vida desfasada un aire, un aliento, corazón no gimotees que en el viento viene el único beso que tanto querías... Desangraré y lapidaré este segundogénito, en esta poesía, en este jardín sin historia, en tus palabras y gritos sin término, en ese deseo sin memoria; en esta palabra sin rumbo, sin camino.  Nadie sabe que la fuerza de mi endeble poesía, que me aflora sin que quiera, es tu sonrisa de jardín... 


 HEFESTO


Cuando la soledad lúgubre, cuya esencia sigue siendo un entresijo para mí, flagelaba en mi habitación, un día enigmáticamente, me encontré con Hefesto, quien por infortunio sufría de una horripilante soledad. La primera vez, por prejuicio religioso, le observé y, consecuentemente, le juzgué de una forma vil.


Posteriormente, comprendería su cuita. Su cara, sin exageración alguna, proyectaba un aire de vergüenza y de odio, pero su corazón estaba indemne. Vi su corazón, impermeable al dolor, pero con orificios bien pronunciados, los cuáles, según vislumbré, eran estigmas de la soledad maldita que le vapuleó cuando éste deambulaba por el mar mediterráneo, su guarida.

 


Ese día, en virtud, charlamos de los absolutos porque los relativos no cabían en esa honorífica conversación. Desde entonces intuí que yo, definitivamente, no era el ser más solitario del mundo.  


Desafortunadamente, él se fue, por decisión propia, a buscar el hada de la belleza, quién según me contó, sería su salvación. Le conocí, ¿cómo lo hice?, no lo sé.


     TIRANO              


En este momento que la vida me está pasando por encima, ahora, me doy cuenta de lo feliz que fui ayer en la casa  mágica, solitaria, y de paredes blancas como huevos de gallina. En mis nostalgias más marcadas quedaron el perro, Tirano, llamado así por el dueño sin sueño. 


El Tirano, en verdad, está entre mis más lúgubres recuerdos. Mi primer amigo, se dedicó toda su fatídica existencia a escucharme y acompañarme en mis días de gloria y en mis sueños rasgados. Con una tortilla lanzada al viento se mantenía a flote aquella tremenda criatura, que los libros no serían capaces de narrar su mágica vida.  


Recuerdo, triste, la mirada imposible, su lealtad incompatible, su amor condicional, su apurado trote, sus lindas palabras en silencio, sus tremendos abrazos sin moverse, su amor desinteresado sin decirlo, siempre.


Dispuesto a arriesgar su descanso estaba, nunca renegó, por salir conmigo, no sé porque nunca vivía ocupado, fue el amigo perfecto de sueños lejanos pasados. Pienso, ¿qué pasaría con tu esencia aquel quince de junio cuando después de sufrir tanto su existencia se detuvo frente a la soledad maldita?, solamente Tirano y yo sabemos su terrible agónico respiro, su disposición no pudo levantarle, se fue, nunca lo olvidaré, mi perro del alma, Tirano.






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