De que Friedrich Nietzsche fue uno de los filósofos más provocadores y controvertidos del siglo XIX, es algo del dominio público; conocido por su enérgica crítica a la religión y su proclamación de la "muerte de Dios".
Nietzsche sí fue ateo. Mas el ateísmo de Nietzsche no es de pacotilla y se distingue por su carácter radical y su conexión con una crítica más amplia de la civilización occidental. En su famosa declaración, "Dios ha muerto", Nietzsche no simplemente negaba la existencia de Dios, sino que anunciaba el colapso de las estructuras morales y religiosas que habían sustentado a la sociedad europea durante siglos.
La gran metáfora había derrochado todo su combustible. Para Nietzsche, esta "muerte" de Dios era tanto un diagnóstico cultural como una llamada a la acción. Significaba que los valores judeocristianos ya no podían proporcionar un fundamento sólido para la moralidad y el significado de la vida.
La crítica de Nietzsche a la religión se centra en su visión de que las creencias religiosas, especialmente el cristianismo, promueven una moralidad de esclavos que debilita y reprime la vitalidad humana. Exalta la vida represiva y condena, como antinatural y nefasta, la vida expansiva.
Según Nietzsche, el cristianismo valora la humildad, la sumisión y la renuncia a los placeres terrenales, lo que él ve como una negación de la vida y de las cualidades humanas más nobles y vigorosas. El sentido y el valor que se desprende de lo fuerte es mejor. Por eso Nietzsche aboga por una moralidad de señores que celebra la fuerza, la creatividad y la afirmación de la vida.
En vez de lamentar la "muerte de Dios", algo que debía ocurrir, Nietzsche ve en ella una oportunidad para la liberación y la autoafirmación. Con la caída de las antiguas certezas religiosas, los individuos tienen la posibilidad de crear sus propios valores y darle un nuevo sentido a sus vidas.
Este proceso de revaluación de todos los valores es central en la filosofía de Nietzsche, quien insta a los individuos a superar las limitaciones impuestas por la moralidad tradicional y a convertirse en lo que él llama "superhombres" (Übermensch). Estos "superhombres" serían capaces de vivir según sus propios principios, libres de las restricciones de las creencias religiosas y sociales heredadas.
Nietzsche no ve el ateísmo como un fin en sí mismo, sino como un medio para alcanzar una vida más auténtica y plena. Su rechazo a la religión está ligado a su visión de una humanidad que se esfuerza por trascender su estado actual y alcanzar un nivel más alto de existencia.
En este sentido, el ateísmo de Nietzsche es una forma de afirmar la vida, una invitación a los individuos a tomar el control de su destino y a crear un nuevo orden de valores basado en la realidad de la condición humana y las posibilidades de la creatividad y la voluntad.
Hay que decirlo con toda propiedad, el ateísmo de Nietzsche es una parte integral de su filosofía de la transvaloración y la autoafirmación. Al declarar la "muerte de Dios", Nietzsche no solo rechaza la existencia de una deidad, sino que también desafía a la humanidad a encontrar nuevas formas de significado y valor en un mundo desprovisto de certezas religiosas.
Este ateísmo radical y constructivo es una llamada a la acción para aquellos que buscan vivir de manera auténtica y plena, libres de las ataduras de la moralidad tradicional y comprometidos con la creación de sus propios destinos.
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